viernes, 8 de marzo de 2024

MARÍA DE ZAYAS Y SOTOMAYOR






"No sé qué dulzura tiene esta triste vida,
que aunque sea con trabajos y desdichas la apetecemos"

María de Zayas y Sotomayor. Desengaño tercero.

CUARTO DESENGAÑO

Corre la primera mitad del siglo del barroco, tiempos de Felipe III "el Piadoso" y de Felipe IV "el rey Planeta"... 

Don Martín, joven caballero y noble galán de buen juicio y entendimiento, navega de vuelta a España tras hacer méritos en las guerras napolitanas. Canta los amores de una prima con la que quiere casar. Mas quiso la fortuna (cruel enemiga del descanso) que una terrorífica tormenta hiciera naufragar su nave. Tras destrozarse contra los escollos de una tierra desconocida, don Martín y un compañero se agarran a unas tablas y saltan a la concavidad de una enorme roca para ponerse al resguardo de las mortíferas olas. Amainado el temporal, aún les quedan fuerzas para nadar hasta la playa. Desde allí siguen una senda que les conduce a un castillo...

El señor de aquel palacio-fortaleza les acoge con hospitalidad. Están en Gran Canaria. Dos doncellas y cuatro esclavas blancas, herradas en los rostros, ponen luz, manteles y menaje para la mesa en la que repondrán sus fuerzas Martín y su colega invitados por el anfitrión.  En lugar de los perros que esperaban ver salir de un portón bajo, que había estado cerrado con llave, acude una mujer joven, desnutrida, sin color, pero todavía hermosa, que maravillosamente sería preciosa de no estar en un estado tan lastimoso. La criatura da pena y parece moribunda, marcha encogida cubierta con una saca basta y ceñida con una soga. En sus finas y ebúrneas manos una negra calavera. Se aproxima gimiendo, sollozando, y ven que se esconde como una perra dócil bajo la mesa, donde los señores le echarán las piltrafas de su cena.



Poco después de este siniestro espectáculo, Martín ve salir por otra puerta mayor a otra mujer más negra que el azabache con fiera faz de demonio, narices romas como las de los perros bracos y boca de león. Va vestida lujosamente de un raso de oro encarnado, adornada con un enorme collar de perlas que contrastan vivamente con su piel, de sus brazos cuelgan pulseras diamantinas, en su cabeza luce algunas flores y piedras de valor, esmeraldinas sortijas en sus dedazos. El dueño del castillo le toma de la mano con solemne cortesía y la sienta a la mesa junto a sí.



No hay que decir que Martín y su amigo se quedan boquiabiertos. No quieren ofender al hospedante... Este dice llamarse Jaime de Aragón y estar dispuesto a explicar las razones del extraño episodio que los huéspedes acaban de contemplar. Lo hará por primera vez. 

Empieza por una extraña aventura que le acontece en una lejana ciudad. Una viuda rica se enamoró de él y pagó espléndidamente sus favores sexuales, pero él no sabía con quien se acostaba, pues era conducido a su casa por un criado, con los ojos vendados. Gozó con ella tan dulces favores e intensos placeres con el comercio de sus carnes en la obscuridad, que sin verla se enamoró de ella. Cuando una noche encendió desobediente la luz en la estancia en que transcurrían sus encuentros, los ojos también pudieron disfrutar la hermosura que habían disfrutado otros sentidos. Pero aquella rebeldía pudo suponer su perdición.

A sabiendas de que los españoles no saben guardar secretos, Lucrecia, princesa de Erne, que así se llamaba la fogosa viuda, mandó unos sicarios para matar a don Jaime, antes de que su honor cayera por los suelos. No consiguieron asesinarle de milagro. Aún malherido consiguió espolear su caballo y poner tierra de por medio. Para salvar su vida huyó de aquellas obscuras glorias. Pero no podía olvidar el rostro de Lucrecia (¿una atracción-repulsión que le ponía?). Pasaron los años y en una ceremonia religiosa vio aquel mismo rostro en el de una desconocida, Elena, que así se llama la que roe huesos y mendrugos como perra bajo la mesa. Pobre aunque de origen noble, don Jaime la adoró y no dudó en esposarla. 

Se arrullaron, se mimaron, disfrutaron de respetos y ternuras durante un tiempo. Don Jaime acogió a un primo de Elena, igual de pobre pero con talento, a fin de que pudiera cursar estudios religiosos. Pero hete aquí que después de un ausencia obligada, ilusionado con volver a recobrar el abrazo de su idolatrada esposa, la sirvienta negra (ahora la señora de la casa) le soltó que la joven estaba en contubernio con su primo. Se acreditaba como fidelísima sirvienta, hija de una pareja de esclavos africanos de los padres de don Jaime, inteligente y persuasiva: "Sabe Dios la pena que tengo en llegar a decirte esto; que no es justo que pudiendo remediarlo, por callar yo, vivas tú engañado y sin honra". 

Aún sin pruebas físicas, Don Jaime la creyó y, ciego de furiosa cólera, quemó vivo al primo traidor, reservando su craneo asado para que le sirviera de vaso en que beber los acíbares de su adulterio, a Elena, "como bebió en su boca las dulzuras".



Dos años hacía que maltrataba a Elena y la tenía encerrada como a una mala bestia, no ofreciéndole otra cosa que pajas por cama ni otra compañía que la tristisima calavera. Y así quería seguir tratándola Don Jaime hasta que entregara su alma pecadora a Dios, ofreciéndole de paso el espectáculo de la esclava aborrecida, adornada con sus galas, dueña y señora en lugar principal de la mesa, pues al hidalgo le parece poco castigo asesinarla inmediatamente por su adulterio y desea reparar su "honor" con crueldad extrema.

Perplejos, marchan Don Martín y su compañero a reposar y al poco les desvelan unos gritos pelados de la negra, clamando al cielo y pidiendo confesión porque siente que se muere. Es cristiana convencida y teme el castigo divino, por eso revela que levantó falso testimonio contra su señora. Era ella y no Elena quien estaba prendida del primo y le andaba persuadiendo para que fuese su amante. Como el muchacho sólo tenía cuidados familiares para con su prima y no hacía caso de la pasión de la negra, y como esta tuvo unas impertinencias con la señora y fue castigada y azotada por ello, también castigada por el primo, pensó en vengarse de los dos, muy despechada, y por eso esperó a Don Jaime para difamar y calumniar a su señora... Ruega ahora perdón y a Don Jaime que devuelva a la Elena a su legítimo y bien merecido estado, pues está padeciendo sin culpa.

Don Jaime desesperado va por Elena, abre la perrera, pero la encuentra muerta. Los caballeros le contienen y desarman porque hace amago de suicidarse. Al fin enloquece y no hay manera de devolverle la salud...

***

He reventado el argumento de uno de los diez relatos de desengaños amorosos del segundo volumen de las novelas cortas que publicó María de Zayas y Sotomayor en Barcelona (1647). La conclusión que saca la escritora de su relato es la siguiente:

"En lo que toca a crueldad, son los hombres terribles, pues ella misma los arrastra, de manera que no aguardan a segunda información; y se ve asimismo que hay mujeres que padecen inocentes, pues no todas han de ser culpadas, como en la común opinión lo son. Vean ahora las damas si es buen desengaño considerar que si las que no ofenden pagan, como pagó Elena, ¿qué harán las que siguiendo sus locos devaneos, no solo dan lugar al castigo, mas son causa de que infaman a todas, no mereciéndolo todas? Y es bien mirar que, en la era que corre, estamos en tan adversa opinión con los hombres, que ni con el sufrimiento los vencemos, ni con la inocencia los obligamos".

***



De la vida de María de Zayas y Sotomayor (1590-1661?) sabemos bien poco, que vivió en la primera mitad del siglo XVII, que pertenecía a la aristocracia madrileña, que admiraba y era admirada por Lope de Vega. Publicó dos colecciones de novelas cortas, en Zaragoza (1637) y Barcelona (1647), veinte en total, diez por cada colección. Puede que fuese hija de un caballero de la Orden de Santiago, Fernando de Zayas, nacido en Madrid en 1566. 

Añoraba Doña María los tiempos gloriosos de los Reyes Católicos, del emperador Carlos I y del prudente Felipe II. Era consciente de la decadencia de España. Defiende el derecho de las mujeres a la cultura y el poder político. Los desengaños amorosos que relata advierten de los engaños masculinos. Trata el erotismo femenino con seriedad y sorprendente libertad. Tilda la educación que venía dándose a las mujeres de castradora, la cual, por añadidura, manifiesta el temor de los varones a la competencia del otro sexo.

Es sorprendente que María de Zayas sea tan poco conocida y mencionada en los manuales de historia literaria, siendo sin embargo considerada por la crítica como la mejor novelista de su siglo después de Cervantes. Sus diálogos tienen gran vivacidad, ensarta motivos diversos con habilidad, maneja con soltura diversos tonos y emplea un lenguaje sencillo sin rehuir expresiones populares y descartando el alarde culterano, aunque es evidente que era mujer culta. 

Describe con perspicacia los estados anímicos (con harta frecuencia patéticos) de sus personajes, adentrándose incluso en el mundo onírico. Escribió versos que a veces incluye en sus prosas y se conserva una comedia suya: La traición de la amistad, protagonizada por Fenisa, incorregible coqueta que multiplica sus conquistas, donjuan femenino que ama a varios galanes a la vez porque declara tener un corazón "capaz de albergar un millón de amadores", pues "tantos quiero cuantos miro". Acaba sola y es castigada por engañar a una amiga (gran pecado contra la sororidad de la que Zayas es apóstol).

***

Entre 1620 y 1665, las novelas cortas estuvieron de moda. Se hacían eco de la "novella" italiana, del Decamerón de Boccaccio y de la tradición cortesana provenzal. En España contaba además la tradición del "ejemplo", del cuento de raíz oriental, de la historia narrada o "patraña" (Timoneda). Cervantes conjugó ambas tradiciones en el título mismo de sus Novelas ejemplares (1613). María de Zayas prefería no usar el título "novela" para sus producciones, pues le parecía un nombre desprestigiado, prefería el de "Maravillas" o "Desengaños". Sin embargo su primera colección se titulará Novelas amorosas y ejemplares, tal vez por indicación del editor, si quería aprovechar la exitosa estela abierta por las Novelas ejemplares de Cervantes. La Parte segunda del sarao y entretenimiento honesto se titulará Desengaños amorosos. Alicia Yllera es responsable de una magnífica edición crítica de esta última parte (Cátedra, 2021).

En el siglo XVII vieron la luz pública una serie de novelas picarescas que tenían por protagonistas a mujeres, La Pícara Justina (Fco. Lope de Úbeda), La Hija de Celestina (Salas de Barbadillo) La Garduña de Sevilla (Castillo Solorzano), en las que se muestra que en bellaquerías, desparpajo y maldad, la mujer es igual y tan buena como el hombre. A las tradiciones que he señalado hay que añadir además el influjo de la novela bizantina con su repertorio de viajes, tempestades, cautiverios, amores románticos, aventuras. Tanto en esta como en la ya caduca novela de caballerías importa sobre todo la acción, pero los eventos de las novelas de caballerías sucedían en un pasado lejano y ambiguo, en una geografía fantástica que distanciaba al lector, que buscaba sobre todo imaginación y entretenimmiento como olvido del mundo cotidiano, de sus preocupaciones y miserias.

María de Zayas quiere también suscitar admiración con historias fantásticas que consigue hacer verosímiles gracias a su indiscutible habilidad artística, los elementos mágicos que incluye en sus novelitas: pactos con el diablo, apariciones de difuntos, sueños premonitorios..., explican el éxito de la autora en en siglo XVIII, cuando se pone de moda la novela gótica. Se ha hablado del "realismo" de Zayas, y en efecto podemos describir su prosa como realista si la comparamos con las novelas de caballerías, no obstante, la confusión sueño-realidad es elemento predilecto del barroco en esta estética de la admiración que cultiva con tanta perspicacia como maestría la autora, a la que interesa, no sólo denunciar las injusticias y crueldades machistas, sino también lo extraordinario, lo extremo y hasta lo grotesco y desagradable.

El tema principal es la pasión amorosa y sus estragos, o el desencanto de la mujer enamorada y descuidada por su marido, desarrollados a lo largo de una pluralidad de peripecias que va tejiendo en una cascada de relatos. Una sorprendente característica de estos cuentos es que están ayunos de happy end, de final feliz. Sólo en dos de las veinte novelas, las protagonistas acaban felices y comiendo perdices. La mayoría acaba huyendo del mundo y buscando la tranquilidad del retiro conventual (en los conventos de la época abundaban las mujeres cultas), o muriendo, sobre todo en la segunda parte: Desengaños.

El amor es pasión arrolladora, sensual y lúbrica, más que elaboración platónica, y María de Zayas lanza sobre dicha pasión una mirada desilusionada. En los hombres, el amor parece reducirse a un deseo de posesión física que, una vez satisfecho, pronto causa hastío. Sólo las mujeres son fieles y constantes en sus sentimientos. Tras la galantería y cortesía mundanas se esconde un teatro de engaños que concluye en desencanto.

La fuerza de las obras de María de Zayas se ha encontrado sobre todo en su pesimismo. Mme. de la Fayette en La princesa de Cleves (1678) es su análoga gala. Hoy, María de Zayas, como sor Juana Inés de la Cruz es considerada una pionera del activismo feminista con los consiguientes anacronismos entrañados por tal consideración... "Va a ser una voz femenina la que airada arremete en todos los frentes" contra la lamentable condición social de la mujer. Escribe Oliva Blanco que en María de Zayas se advierte un obsesivo deseo de defender a las mujeres, de denunciar la opresión que sufren por parte de los hombres y el trato que reciben. La autora de los Desengaños se adelanta así a muchas de las proposiciones que planteará Feijoo en su Discurso XVI de su Teatro crítico universal (1726-1740).

En su época, la "cuestión femenina" presentaba dos facetas: la reivindicación del derecho de la mujer a la cultura y la exigencia de libertad a la hora de escoger marido. La figura de la mujer literata, humanista e intelectual, no era nueva. En el siglo anterior Francisca de Nebrija sustituyó a su padre Antonio  en la Universidad de Alcalá de Henares y Lucía Medrano ocupó una cátedra en la Universidad de Salamanca.



Desde luego la protesta de María contra la marginación cultural y la crueldad masculina es temprana, pero un tanto timorata. El principal deseo de la autora de los Desengaños es defender la honra de las mujeres. Reprocha por eso a los hombres su general denigración de las hembras, que las condenen a todas por algunas que yerran, así como el hecho de ser ellos, en muchos casos, la causa del mal de las mujeres. Declara repetidas veces que las almas no tienen sexo. En una de sus novelas exhorta al varón a preferir por compañera a la mujer inteligente, antes que a la boba coqueta. Reprocha con vehemencia el que se excluya a las mujeres de las letras y de las armas, afeminándolas más de la cuenta. He aquí su apelación directa a los hombres:

"Yo aseguro que si entendierais que también había en nosotros valor y fortaleza, no os burlaríais como os burláis; y así por tenernos sujetas desde que nacimos, van enflaqueciendo nuestras fuerzas con temores de la honra, y el entendimiento con el recato de la vergüenza, dándonos por espadas, ruecas, y por libros, almohadillas" (Primera parte: La fuerza del amor). 

En El prevenido engaño, Violante aborrece casarse porque teme perder la libertad de que gozaba hasta entonces. Sin embargo, la postura de María Zayas es ambigua en cuanto a la libertad de la mujer para escoger marido, si bien interpreta la infidelidad femenina como efecto del abandono por parte del esposo y retrata a las mujeres cruelmente castigadas por la incompresión o por los injustificados y posesivos celos masculinos. 

"María de Zayas nos ha dejado una impresionante imagen de los sexos en lucha" (Alicia Yllera). Sin embargo, en su prosa se mezcla el incipiente feminismo con el aristocratismo y la añoranza del pasado. Acepta el más estricto código del honor, patrimonio de la nobleza, lo que a ojos modernos parece en contradicción con la defensa de las mujeres. Defiende el buen nombre de las mujeres porque cree a pies juntillas en el principio de la honra, asociado a la castidad femenina en un tiempo en que la literatura exageraba un concepto que tenía fuertes apoyos en la defensa celosa de la limpieza de sangre y de la pureza del linaje. Tal concepto tenía una dimensión moral y social: dependía de la opinión de los demás y era particularmente exigente con las mujeres. María de Zayas no retrocede ante la oportunidad de sus personajes para salvar la honra mediante la ocultación, el disimulo o ante la ocasión de repararla mediante la venganza. Como aristócrata, desvincula la honra del dinero. Los nobles no se vienen abajo por haber perdido su hacienda, sino su honra o su amor. Añora el mundo caballeresco en que los caballeros servían a las damas conservando su espíritu guerrero, porque cuanto ve es ya engaño y decadencia, no sólo española, sino general. 

La corte es para Zayas un caos de confusión y es por eso por lo que el convento ofrece  a las mujeres interesadas por el estudio, mejor que el matrimonio, un ambiente propicio. Incita a las doncellas a la desconfianza: "En cuanto a la crueldad con las desdichadas mujeres, no hay que fiar en hermanos ni maridos, que todos son hombres" (Inocencia castigada)

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José García López, en su Historia de la Literatura Española (1972) considera a doña María de Zayas una de las figuras más importantes de la novela corta de ambiente cortesano. Celebra sus aciertos psicológicos y su orientación feminista. El elemento patético y la audacia de ciertas situaciones da a sus relatos un inconfudible tono barroco.

Las novelas cortas cortesanas, tras el espaldarazo cervantino de las Ejemplares y con el lejano modelo del cuento renacentista boccacciano constituyeron la auténtica literatura de masas del siglo XVII, si es que podemos hablar de "masa" para referir a una minoría burguesa y aristocrática de preponderancia femenina y suficientemente culta para solazarse con la lectura privada.

El marco general de sus dos colecciones de cuentos es entretener el ocio de una damita convaleciente, que acabará entrando en un convento. Los infortunados amores que las historias ejemplifican determinan su decisión final de apartarse de la mundanal mentira. De este modo se establece una relación originalísima entre el marco general de las novelas, enlazadas entre sí, de los desengaños que describen, y la decisión final de Lisis, la anfitriona en cuyo salón se cuentan las historias. Menéndez Pidal vio en ese tono desengañado, rebelde, trágico y de fuerte denuncia feminista, "un mucho de velado autobiografismo" imposible de verificar, pues contamos con escasos datos sobre su vida. Con María de Zayas la novela cortesana cobra una perspectiva nueva en que la mujer irrumpe como autora, ya no se presenta sólo como creía ser, es decir, como el hombre deseaba que fuera, sino que da testimonio artístico de su potente talento y ambición...



Bibliografía principal


María de Zayas. Desengaños amorosos, Ed. de Alicia Yllera, Cátedra, 2021.
- Novelas ejemplares y amorosas o Decamerón español, Alianza, 1968.
Ramón Menéndez Pidal. Historia de la cultura española. El siglo del Quijote, II, pg. 492.
Oliva Blanco Corujo. La polémica feminista en la España Ilustrada, Almud 2010.

 



miércoles, 22 de febrero de 2023

LOUISE MICHEL

 

Louise Michel, Educadora (1830-1905)
En Nueva Caledonia. Fuente Wikipedia

A Louise Michel la nacieron en la primavera de 1830, hija natural de una sirvienta y un terrateniente (o del hijo del patrón). Disfrutó de una infancia feliz y recibió una educación esmerada y liberal. Leyó a Voltaire y a Rousseau. Soñó con ser poeta y estudió magisterio, pero no pudo ejercer en la escuela pública por negarse a jurar bajo el imperio de Napoleón III. Eso no le impidió abrir escuelas libres en las que desarrolló una pedagogía innovadora, insistiendo en la responsabilidad y participación del alumnado y escribiendo piezas teatrales que interpretaban sus alumnas. En 1850 le escribió a Víctor Hugo, y ya mantuvieron correspondencia hasta el final de los días del célebre escritor de Los miserables.

En 1856 se traslada a París. Abre escuela en Montmartre y luego en la calle Oudot con unas sesenta alumnas en 1870. Publica textos y poemas bajo el seudónimo de Enjolras, personaje de Víctor Hugo. Enseña ciencias naturales y lee a Darwin y a Claude Beernard mientras colabora con el semanario Le Droit des femmes. Frecuenta los ambientes socialistas y revolucionarios, pugnando activamente por la independencia de la mujer trabajadora.

Tras la derrota de Napoleón III en la Guerra franco-prusiana, asumirá importantes responsabilidades en la defensa de la capital y será protagonista de la Comuna de París, primer gobierno autogestionario de la clase obrera en el mundo, primero como presidenta del Comité de Vigilancia de un distrito. Encabeza la manifestación de mujeres que impide que los cañones de los comuneros caigan en manos de los Versalleses, logrando la confraternización del pueblo y la soldadesca.

Durante los meses de la Comuna organiza comedores infantiles y orfanatos laicos, idea la formación de escuelas profesionales y combate en las barricadas, ejerciendo de enfermera, reclutando mujeres para conducir ambulancias y liderando un batallón femenino. Se entregó a los Versalleses para obtener la liberación de su madre, que amenazaban con fusilar. Tras la victoria de los tropas del gobierno francés de Versalles, su compañero sentimental Teófilo Ferré fue ejecutado en noviembre de 1871. Luisa le dedicará el poema "Los claveles rojos". La "Loba roja" es condenada por un consejo de guerra a diez años de destierro en los campos inhóspitos de Nueva Caledonia, tras cumplir veinte meses en prisión.

En la colonia francesa permaneció siete años. En Nueva Caledonia se empapó de la ideas anarquistas de Nathalie Lemel, encuadernadora y líder de la Unión de Mujeres en la Comuna. Corrieron rumores de una unión lésbica entre las dos. Luisa estudió y recogió datos de la flora y la fauna, que envió al Instituto Geográfico de París. Se acercó a los canacos, tenidos y temidos por antropófagos. Aprende su lengua y monta una escuela tomando partido por los nativos en la revuelta de 1878. Incluso tuvo tiempo y fuerzas para fundar un periódico: Petites affiches de la Nouvelle-Callèdonie y para publicar la Leyendas y canciones de gestas canacas. En 1878 se le permitió retomar su labor docente en la isla de Noumea como maestra de hijos de los deportados.

Con la amnistía de los comuneros regresa a París en 1880 ovacionada por la multitud y convertida en leyenda: "La Virgen Roja". Su obra La miseria publicada por entregas alcanza enorme éxito. Imparte charlas y conferencias y participa en mítines en los que enarbola por primera vez la bandera negra libertaria, desmarcándose del autoritarismo socialista. Encabeza una manifestación de desempleados que acaba en el saqueo de tres panaderías y es condenada a seis años de prisión. En la cárcel se mostrará activa en defensa de las prostitutas a las que considera víctimas de explotación social. 

Fue amnistiada por el presidente de la III República y en 1887 se declara contra la pena de muerte. Un año después es víctima de atentado, herida en la cabeza se niega a denunciar al agresor. Recuperada, sus discursos incendiarios provocan desórdenes y es arrestada y luego liberada. Por temor a que la internen en un manicomio, se exilia en Londres donde gestionará una escuela libertaria. A su regreso a Francia en 1895 funda Le Libertaire con Sebastián Faure. 

En 1896 participó en Londres en el Congreso obrero en el que se produjo la ruptura entre marxistas y anarquistas. En 1897 fue detenida y expulsada de Bélgica por sus actividades revolucionarias. Todavía a principios del siglo XX, ya septuagenaria, supervisa la publicación de su abundante obra literaria y da conferencias por toda Francia. Fallece de una pulmonía en enero de 1905 en un hotel de Marsella. Miles de personas acudieron a su funeral en París.

 Se había convertido en un icono del anarquismo, del feminismo, pero merece también ser considerada una autoridad pedagógica del movimiento obrero y del liberalismo social en general, como un ejemplo de altruismo y activismo comprometido a favor de los menesterosos. Seguramente sus poemas, leyendas y cuentos merecerían más atención. Hoy se dice que su novela La miseria profetiza la crisis social de los suburbios franceses de las grandes ciudades en nuestros días. Algunas escuelas francesas llevan su nombre y una estación de metro de París. Durante la guerra incivil española, dos batallones de brigadistas internacionales se llamaron "Luise-Michel".

Louise Michel, de Guardia Nacional

Debió de ser en los últimos años del siglo XIX, cuando Alejandro Sawa, el "Hiperbólico andaluz" de las Luces de Bohemia de Valle-Inclánasistió a una conferencia de la educadora francesa y famosa revolucionaria en el boulevard des Capucines de París, entre un público que nuestro poeta caracteriza de "mundano" y, por consiguiente, poco apropiado para que la "conferencista" pudiera ensayar "esos aletazos que desde el ras de lo innoble le levantaban, tantas veces, hasta las cimas de lo absoluto" (Iluminaciones en la sombra, 1910).

La conferencia duró dos horas y Sawa describe a Luisa Michel como una leona encerrada en un gallinero. Dice de ella que no era mujer, sino llama; pequeñita, demacrada, toda ojos, iluminada; 

"sus manos parecían gozar de familiaridades con el rayo, y en la constante convulsión del cuerpo había algo de los estremecimientos sagrados de las pitonisas"... "la palabra 'amor' fluía de sus labios con la misma abundancia que el agua de los manantiales". 

Su corazón, templo universal de la misericordia.

Reconoce Sawa que las palabras de revuelta de la activista francesa fueron un buen tónico o cordial para su corazón herido...

"¡Una noche de fiebre en que mi exaltación fue tanta que juzgué hacedera la empresa de unir en comunión de amor a todos los hombres!"

Eso sucedió cuando ya el romanticismo idealista, ácrata y bohemio, ejemplarizante o maldito, periclitaba.

lunes, 9 de enero de 2023

ASPASIA DE MILETO

 

El debate de Sócrates y Aspasia, por Nicolás-André Monsiau (s. XVIII)


Cuentan que Pericles, el gran general aristócrata y líder del partido demócrata ateniense durante cuarenta años, excelente estadista, administrador y diplomático, que elevó la hegemonía de la talasocracia ateniense a gloria histórica, repudió a su legítima esposa para vivir con Aspasia de Mileto. Aspasia, hija de Axíoco, era rubia y tenía una agradable y melodiosa voz que deleitaba a los hombres de todas las edades y oficios. La hermosa jonia pasaba por ἑταῖρα. Esta palabra, "hetaira" o "hetera", admite equívocas traducciones. Puede significar cortesana, dama de compañía, compañera, barragana o prostituta. Pero a la concubina llamaban los griegos "pallaké" y a las prostitutas ordinarias no se las llamaba hetairas, sino "pornai" o "porné", de donde proviene el término moderno "porno-grafía". 

Salvando distancias enormes, geográficas y culturales, las hetairas eran el análogo griego de las geishas japonesas: mujeres libres que desempeñaban funciones artísticas en las tertulias elegantes, consejeras, acompañantes que, ocasional y libremente, prestaban servicios afectivos y sexuales a varones escogidos, mujeres que habían recibido una educación esmerada, disponían de independencia económica, pagaban impuestos y podían participar en condiciones de igualdad con los varones en los simposios. Según W. Jaeger, en la Atenas de Pericles los simposios podían compararse por su importancia espiritual con los gimnasios, en ambos espacios surgió una "gimnasia del pensamiento" y una forma nueva y superior de Paideía (educación), que podemos asimilar a la dialéctica socrática o brevi-elocuencia, mejor que a los discursos largos, espectaculares y bien retribuidos, de los sofistas (macro-elocuencia).

No sabemos por qué Aspasia se trasladó desde Mileto a Atenas con apenas veinte años. Tal vez quiso conocer la capital del Ática, atraída por su auge económico, militar y artístico, tal vez no quiso dejar sola a su hermana, que se había casado con un ateniense, Alcibíades el Viejo. En la región de la que procedía, la costa de Jonia, los niños y las niñas convivían en las escuelas públicas y era más fácil que en Atenas que una mujer accediera a la formación superior del espíritu. En la ciudad de Atenea el rol social de la ciudadana ateniense estaba restringido al ámbito doméstico.

El encuentro con Pericles, que le doblaba la edad, debió suceder hacia el 447a. C., según Armand D'Angour. Al contrario que las prostitutas, las hetairas no solían tener muchos clientes, siempre distinguidos y con recursos para pagar sus servicios. A veces sólo uno. Este fue el caso de Pericles. Usaban estas mujeres prendas de tejidos transparentes, frecuentemente de color azafranado. Se maquillaban, depilaban, perfumaban y se dejaban trabajar sofisticados peinados con uso de postizos. A veces servían de modelo a pintores y escultores. El capítulo III (11) de las Memorables de Jenofonte está dedicado al encuentro de Sócrates y la bella hetaira Teodota, que está posando para un pintor, la misma que luego sería amante del descarado y famoso Alcibíades y que se ocuparía de su entierro en Frigia (v. Plutarco, Cimón, 9).

Según Diógenes Laercio, Platón le dedicó un poema a la hetaira Arqueanasa: "Poseo A Arqueanasa colofonia / sobre cuya rugosa y senil frente / acerbo amor se esconde, / ¡Míseros de vosotros que gozasteis / su juventud primera! / ¡Oh cuán activo ardor sufrir debisteis!". Cuenta el gramático heleno Ateneo de Naucratis a principos del siglo III d. C., citando al socrático Antístenes, que Pericles "presa de amor por Aspasia, dos veces al día, al entrar y salir de su casa, abrazaba a su mujer". Ateneo juega con la semejanza fónica del nombre "Aspasia" y el verbo "aspázomai" que significa abrazar. Mucho antes, Plutarco de Queronea también recoge la anécdota en su biografía de Pericles (24) diciendo que la saludaba al salir y entrar de casa con un beso. Javier Murcia Ortuño comenta que no debía de ser esto lo normal entre los matrimonios oficiales de Atenas.

Las hetairas alcanzaban una cultura y educación que se les negaba a las ciudadanas, reducidas al ámbito familiar, a la función reproductiva y a lo que María Ángeles Durán llama "el Cuidatoriado", el cuidado de hijos y mayores. Es evidente que Pericles, como muchos otros, consideraba a Aspasia mujer sabia y entendida en política. La milesia se relacionó con Anaxágoras, con Eurípides, con Fidias..., y Sócrates frecuentó su salón, según refieren sus discípulos Jenofonte y Platón. El primero, en sus Memorables o Recuerdos de Sócrates (II, 6, 36) y el fundador de la Academia en su diálogo Menéxeno (235c), donde el personaje Sócrates reconoce a Aspasia como una de las mujeres más distinguidas en el arte de la oratoria. 

Al parecer, Sócrates, coetáneo suyo, no sólo la recomendaba, sino que la tuvo por maestra. Hay quien dice que el Tábano de Atenas debe a Aspasia su método irónico de indagación. Pero no creo que haya que atribuir demasiado crédito a esta exageración, aunque sin duda Sócrates acusó su influencia. En el Menéxeno se dice que Pericles fue educado por Aspasia y que por ello debía ser mejor orador público que alguien educado por Antifonte el sofista. Es posible que Platón tomase de Esquines (389-314 a. C.) algunas de sus afirmaciones del Menéxeno. Y hay quien piensa que la sacerdotisa Diotima mentada por Socrates en el platónico Banquete como reveladora de decisivos misterios, y no sólo eróticos, es una máscara de Aspasia, logógrafa y pedagoga. "Diotima" significa "honrada por Zeus" y a Pericles le apodaban "El Olímpico" porque portaba las armas de Zeus cuando tronaba pronunciando sus discursos, y no cabe duda de que Pericles honró como nadie a Aspasia... Aunque la mayoría de eruditos creen que Diotima fue un personaje histórico diferente de la milesia.

En el Menéxeno (escrito hacia el 387 o poco después), Platón se burla de la grandilocuencia de Lisias, el famoso orador. En el diálogo se ironiza sobre un discurso fúnebre o epitafio compuesto supuestamente por Aspasia, que había muerto hacía más de trece años, como una especie de divertimento lleno de anacronismos y exageraciones. Es una especie de parodia de la extraordinaria habilidad de los rhetores para apañar "a base de corta y pega" un discurso con el que halagar, excitar y hechizar a su miltitudinario auditorio, función imprescindible en la Atenas democrática. El propósito de Platón en ese diálogo era probablemente denunciar la retórica vana de los sofistas, y muy especialmente a Gorgias de Leontini, que visitó con enorme éxito Atenas en el 427 a. C. en calidad de embajador siciliano y cuyo seguidor panhelenista Isócrates (436-338 a. C.) fundará en el 392 una importante escuela competidora de la Academia, una escuela que no sólo proporcionaba formación retórica, sino también ética y emparentada con el intelectualismo socrático. El Menéxeno debió escribirse poco después de la publicación de la Aspasia de Esquines y coincidiendo  con la apertura de la Academia (387 a. C.) o poco después, cuando ya Platón había decidido distanciarse de las escuelas de Retórica y de la Sofística. Esquines había retratado a Aspasia como experta educadora en la elocuencia. Sócrates atribuye en el Menéxeno a Aspasia la composición de la famosa oración fúnebre que pronunció Pericles sobre la idiosincrasia de su polis y que recoge Tucídides (II, 37, 1). Aspasia simboliza en el diálogo platónico el proceso de soldadura de todos los discursos anteriores para la elaboración de epitafios. Sócrates la llama "preceptora", pero no está claro si sostuvo una verdadera escuela, ni se a ella asistían mujeres interesadas por una cultura superior.

José Garnelo y Alda, pintor erudito y academicista de entre-siglos,
laureadísimo, hijo adoptivo de Montilla (Córdoba),
 pintó este extraordinario cuadro: Aspasia y Pericles (1893) 
que acabó llamándose "El Pedagogo",
aunque en realidad "la pedagoga" es Aspasia de Mileto.

Los atenienses no vieron con buenos ojos que una hetaira extranjera influyera tanto en las decisiones de Pericles y acabaron acusándola de impiedad, según Plutarco, iniciándose un proceso contra ella, que bien podría haber apuntado contra Pericles golpeándole donde más le dolía (h. 432 a. C.). Se cuenta que Pericles llegó a derramar lágrimas suplicando entre sollozos a los jueces que la indultaran. No obstante, la veracidad histórica de este proceso contra Aspasia ofrece muchas dudas. La acusación se parece demasiado a la formulada contra Sócrates: impiedad y corromper a las mujeres atenienses, un delito religioso. Como ha señalado M. Montuori, una meteca no podía incurrir en un delito de asebeia (impiedad) y puede que todo sea una invención cómica del poeta Hermipo, el mismo al que la leyenda atribuía la acusación pública. Plutarco sigue a Esquines el Socrático al atribuir estas lágrimas a Pericles. La ofensiva contra Pericles incluía por parte de los sectores más conservadores incluía también a Fidias, el famoso escultor y amigo de la pareja, que resultó condenado, y a Anaxágoras por herético. El gran filósofo de Clazomenas tuvo que abandonar a prisa y corriendo Atenas. Indro Montanelli da por seguro que fueron los conservadores del partido oligarca, envalentonados por esos éxitos, quienes llevaron a los tribunales a Aspasia. Los campeones de la "prensa amarilla" de la época, capitaneados por Hermipo, compitieron en lanzar las calumnias más infamantes contra la primera dama de Atenas, presentándola como una vulgar celestina ante un tribunal con mil quinientos jurados. Ella había convertido la casa del strategos autokrator (arconte militar desde el 467en un burdel, debilitando y enviciando a Pericles, su amante.

Antístenes el Viejo, discípulo de Sócrates y fundador de la escuela cínica, tituló uno de sus diálogos con el nombre de "Aspasia". Esquines hizo lo mismo y la mostraba como profesora e inspiradora de excelencia. De ambos diálogos no nos quedan sino fragmentos, del de Antístenes sólo nos han llegado tres citas, que más bien consienten la hipótesis de que su diálogo era un ataque contra Pericles y Aspasia. En el eco latino, ciceroniano, del diálogo de Esquines, Aspasia aparece como un "sócrates femenino" aconsejando a la esposa de Jenofonte y a Jenofonte cómo adquirir la virtud (areté) a través del autoconocimiento. Curiosamente, Aspasia murió poco antes de la ejecución de Sócrates en el 399 a. C. Y toda la literatura, perdida en su mayoría, que surge a comienzos del siglo IV sobre Aspasia procede del círculo de los socráticos.

Una tradición cómica hizo de Aspasia de Mileto responsable nada menos que de la Guerra del Peloponeso de Atenas contra Esparta y de la trágica expedición ateniense contra Samos, rival de su ciudad natal Mileto, hacia el 440 a. C. Lo mismo que se burló de Sócrates en Las Nubes, Aristófanes caricaturizó a Aspasia en Los acarnienses, acusándola también de haber causado la Guerra del Peloponeso (431-404). Estas insidias contra la inteligente y poderosa extranjera las recoge Ateneo de Naucratis: "Y el olímpico Pericles, como dice Clearco en el primero de sus Eróticos, ¿no transtornó la Hélade entera por causa de Aspasia, no la más joven, sino la coetánea del filósofo Sócrates, a pesar de la enorme reputación que poseía por su inteligencia y capacidad política?" (Deipnosofistas, XIII, 589). La "joven Aspasia" fue una hetaira del rey persa Ciro a la que este, por la fama de la milesia, le cambió y puso su nombre.

Pericles, quien, antes de sucumbir él mismo, tuvo que ver y sufrir cómo morían durante la peste del 429 sus dos hijos legítimos: Jantipo y Paralos, engendró un hijo "natural" en Aspasia: Pericles el Joven, hacia el 440 a. C. El gran estratega alcmeónida y líder del partido demócrata se preciaba de que Atenas era una ciudad abierta -las democracias suelen serlo-, donde no se expulsaba a los extranjeros (metecos), al contrario que en Esparta donde se los miraba mal o se los deportaba. Pero el mismo general se contradijo al aprobar una ley que restringía los derechos de ciudadanía, sólo concedidos a quien contase con padre y madre ateniense. El tiro le salió por la culata al dar a luz Aspasia a su hijo "bastardo". Sin embargo, apiadados por la pérdida de los hijos de su primera esposa, la ciudad consintió en darle al joven Pericles la carta de ciudadanía. Jenofonte retrata el diálogo de Sócrates con el Joven Pericles en sus Memorables (III), en cuyo talento cifraba el filósofo sus esperanzas de regeneración de Atenas, cuando esta ya se precipitaba en la decadencia durante los últimos años de la guerra contra Esparta. El hijo de Pericles fue uno de los generales que vencieron a Esparta en las Arginusas y que luego la ciudad ejecutó "en agradecimiento", tras un tormentoso juicio que a Sócrates le tocó por suerte presidir y en el que este hizo valer lo que pudo su voto, en contra de que se les condenara a muerte.

Pericles debió estar unido a Aspasia desde 450-445 hasta su fallecimiento durante la epidemia del 429 o 428 a. C. Según algunos, sin su protector y esposo de facto, a partir de ese momento Aspasia cayó en desgracia, se le acusó de todos los males de Atenas y tuvo que poner pie en polvorosa. La tildaron de Deyanira, la esposa que mató involuntariamente al héroe Heracles, de Ónfale, reina de Lidia que esclavizó a Heracles durante un año. Los comediógrafos Cratino y Eupolis la compararon con Helena, por la que se había armado la guerra de Troya. Pericles había sido su Paris. Según otros, tras la muerte de Pericles, Aspasia fue amante o casó con Lisicles, político y general y todavía pudo darle a este un hijo en 428. Pero tal relación es dudosa y puede ser también un efecto de la ficción cómica, pues Lisicles significa "proveedor de recursos".

Plutarco de Queronea expresa su admiración por una mujer que fue capaz de "dirigir a su antojo a los principales hombres de Estado y ofrecía a los filósofos ocasión de discutir con ella en términos exaltados y durante mucho tiempo" (Pericles, XXIV). Luciano de Samosata le llama "modelo de sabiduría". Según la enciclopedia bizantina Suda (s. X) Aspasia fue "lista más allá de las palabras", sofista y profesora de retórica. 

Extraña que Giovanni Boccaccio en el Renacimiento no se refiera a Aspasia en su catálogo de mujeres ilustres (De claris mulieribus). Aspasia fue un personaje muy apreciado por los románticos del siglo XIX y por la novela histórica del siglo XX. Murió hacia el 400, con setenta años, edad avanzada para su época. Supo triunfar, influir (poder en la sombra), manejar voluntades, formar espíritus y cuidarse, esta mujer excepcional.


domingo, 18 de septiembre de 2022

GALA PLACIDIA

 

Gala Placidia (Domina Nostra Augusta, 421-438)
con su hijo Valentiniano.

Aelia Galla Placidia (h. 390-450) fue fruto del segundo matrimonio del emperador Teodosio I el Grande con Gala, hermana de Valentiniano II. Quedó huérfana de madre con cuatro años y se hallaba en Roma cuando los godos saquearon la ciudad en el 410. Fue Serena, la mujer de Estilicón, quien se ocupó de su educación en Milán y Roma. Tal vez no quería vivir ni en Constantinopla ni en Rávena por no llevarse bien con sus hermanastros: Honorio y Arcadio, a los que Teodosio había cedido el imperio occidental y oriental respectivamente.

Placidia heredó la belleza de su madre y el carácter de su padre. Durante el saqueo de Roma cayó en manos de la soldadesca de Alarico, rey que la trató con respeto y se la llevó a Brindisi. Ataúlfo, hermano (o primo, o cuñado) de Alarico, se enamoró de la bella prisionera, que le correspondía. El rey de los bárbaros, que se habían convertido al cristianismo dentro de las fronteras del imperio, que ya no eran tan "bárbaros", aprobaba el idilio en que tan bien se compendiaba su política de integración entre godos y latinos.

Comparado con sus guerreros de origen nórdico, altos y rubios, Ataúlfo no resultaba imponente, pero tenía un temperamento apasionado y caballeresco. El contraste debió gustar a la princesa Placidia criada entre eunucos y poltrones. Ataulfo estaba ya familiarizado con la lengua y leyes romanas e incluso pretendía restaurar la gloria de Roma en vez de destruirla, vigorizándola con sangre germana.

Ataúlfo según Raimundo Madrazo, 1858.
Museo del Prado.

El matrimonio no pudo celebrarse de inmediato porque Honorio había prometido la mano de su hermanastra a su general Constancio, de sangre ilírica, mayor, físicamente repelente y dado a ocurrencias lúbricas y chistes groseros. Tras la muerte de Alarico, proclamado rey su hermano Ataúlfo, este atravesó con su ejército los Alpes y penetró en la Galia. Quiso contentar a Honorio mandándole la cabeza del usurpador Jovino. Ante el regalo, y a pesar de las protestas de Constancio, el emperador consintió el enlace del godo y la romana. 

El matrimonio se celebró en Narbona. Placidia envuelta en la púrpura imperial esperó a Ataúlfo que acudió a recogerla cubierto con una túnica blanca de lana y armado con su hacha de guerra. De los regalos que hizo a la princesa se habló en todo el mundo: cincuenta bellísimos adolescentes esclavos con sendas bandejas repletas de oro y joyas procedentes del saqueo de Roma. Prisco Átalo (que había disfrutado de los honores de efímero emperador con el apoyo de Alarico) declamó un discurso en que exaltaba el himeneo como símbolo de unión entre los dos pueblos. Días y noches de juerga subrayaron la distensión entre germanos y latinos.

Obligados por las tropas de Constancio al servicio de Honorio a abandonar la Narbonense, atravesaron los Pirineos y penetraron en la Tarraconense, estableciéndose en Barcelona (Barcino), donde Gala Placidia dio a luz un niño. Ataúlfo pretendía poner orden en Hispania, cuyo territorio y saqueos se disputaban suevos, alanos y vándalos. Esperando tal vez que su cuñado el emperador Honorio le cediera esta provincia, fue asesinado junto con su hijo en setiembre del 415. Algunos historiadores culpan del atentado a Sigerico. Cuando Ataúlfo expiró recomendó a los suyos: “Vivid en amistad con Roma y restituid Gala Placidia al emperador”. Sigerico no hizo caso, esclavizó a la princesa viuda y la obligó a seguirlo a pie mientras él desfilaba a caballo.

Gala Placidia en una moneda acuñada por su hijo Valentiniano III

Placidia dio pruebas de su fortaleza y a pesar del hondo dolor de la pérdida de su marido y de su hijo sufrió los ultrajes sin pestañear y con una sonrisa en la boca, como una reina. Tal vez su actitud contribuyese a abreviar la carrera de Sigerico que una semana después fue asesinado por sus furibundos soldados. Le sucedió por aclamación Walia que cumplió la voluntad de Ataúlfo y acompañó a Placidia a los Pirineos donde el general Constancio la recibió con gran pompa. 

La despedida de Placidia a “sus” godos valió un tratado de paz estable con Honorio. Ya no volvieron a Italia y combatieron en nombre del emperador contra alanos, vándalos y suevos hasta establecer un reino con capital en Tolosa. Se dice que Walia, usando a Placidia como rehén, la canjeó por 600.000 modios de trigo y el beneplácito de Honorio para la conquista de Hispania en nombre del Imperio. Y en efecto, en poco más de dos años los visigodos aniquilan a los vándalos silingos que estaban asentados en la Bética y prácticamente a todos los alanos de la Lusitania.


En Rávena, ciudad pantanosa, melancólica y romántica, Placidia resistió durante tres años el agobio de Constancio y la insistencia de Honorio en que lo desposara. Al fin cedió a “la razón de Estado”. Del matrimonio nació una niña a la que llamaron Honoria y luego un niño llamado Valentiniano, al que se proclamó príncipe heredero, “Nobilísimo". Cuatro años después Honorio asoció a Constancio al trono y Placidia fue proclamada Augusta.

Cuando siete meses después Constancio murió, Placidia tuvo que enfrentarse a un tercer cortejador, el menos esperable, su propio hermano. No supo cómo defenderse del capricho incestuoso y escapó con sus dos hijos a Constantinopla, junto a su sobrino Teodosio II. Se le acusó de conspirar con los godos contra Honorio, pero este, el Porfirogénito murió poco después. Sólo tenía treinta y nueve años y seguramente sólo le echaron en falta sus gallinas y pollos.

Un tal Juan quiso hacerse con el poder en Rávena; entonces era muy frecuente que un señor de la guerra o un general ambicionaran usurpar el poder de lo que quedaba del Imperio romano occidental, lo intentase y fracasase. Teodosio II no aceptó las pretensiones de Juan y acompañó personalmente hasta Salónica a la Augusta y al principito confiando su protección a otro general de sangre bárbara, Ardaburio. A Juan el usurpador lo hicieron prisionero, lo llevaron a Aquilea donde estaba Placidia y su hijo, le cortaron la mano derecha, lo montaron en un asno para burlarse de su “victoria” y la soldadesca le linchó. No fueron tiempos plácidos los de Placidia, sino muy violentos.

A fines del 425 un cortejo imponente avanzó desde Rávena a Roma con Placidia y el pequeño Valentiniano a la cabeza, quien con siete años se revistió de púrpura en el Capitolio, se coronó la diadema y el pueblo le aclamó como Augusto. En lo político y militar, Placidia no se mostró muy activa como regente. Le interesaban más las cuestiones espirituales, por eso ponía gran celo en la persecución de las herejías mientras el imperio se derrumbaba y las cloacas de Roma se atascaban. Dirigía concilios y dictaba edictos. Nestorio y Dioscuro eran condenados en Éfeso y Calcedonia respectivamente. Para ella los herejes eran más peligrosos que los longobardos, los francos y los vándalos. Dejó la defensa de Occidente en manos de dos generales Bonifacio y Aecio.

No supieron o no pudieron llevarse bien los dos generales. Fue el mismo Bonifacio, que mantuvo correspondencia con san Agustín y echó fama de santo quien invitó a los vándalos a establecerse en África, que entonces era una provincia romana rica y fértil. Aecio y Bonifacio acabaron enfrentándose en guerra abierta que concluyó en un duelo personal a muerte, episodio ya muy de tono medieval. 

Gala Placidia visita su mausoleo en Rávena,
recreación de Vasilyi Smirnov (1880).

Enérgica y voluntariosa supo aprovechar su posición y las circustancias de la turbulenta época que le tocó vivir para encumbrarse hasta la cima del poder autocrático, como dice su biógrafo Fuentes Hinojo. En cualquier caso fue mucho más que un peón o una moneda de intercambio en el tablero en que jugaban godos contra romanos y cristianos contra paganos. 

Mientras Bonifacio y Aecio se zurraban la badana Placidia siguió enclaustrada en su palacio de Rávena litigando contra las heterodoxias. Tal vez fuese consciente de que sólo la Iglesia sobreviviría a la catástrofe del mundo romano. En aquel Imperio occidental anquilosado y saqueado, hundido demográficamente y prácticamente reducido a la bota italiana con unos cuatro o cinco millones de habitantes eximidos de reclutamiento, dependientes y esquilmados por los señores de la guerra y las fuerzas mercenarias, cualquier innovación podía contemplarse con recelo, como gota que colmaría el vaso.

Cuando sintió que la muerte se acercaba, Placidia trasladó su corte a Roma, cuyo papa León I era más un Jefe de Estado que un teólogo. Placidia sabía que el verdadero sucesor sería el Jefe de la Iglesia y que los próximos funcionarios territoriales serían sus obispos. Expiró antes de cumplir los sesenta, el veintisiete de noviembre del 450 mientras los hunos de Atila entraban en Aquicum (Budapest). 

Su cuerpo embalsamado fue llevado a Rávena y colocado en un sarcófago en la Iglesia de los Santos Nazario y Celso. Su mausoleo es uno de los monumentos más extraordinarios que nos han llegado desde aquel siglo convulso. Allí permaneció su momia, visible por una rendija durante mil años, hasta que un idiota en 1577 para verla mejor acercó una antorcha a la abertura, los mantos ardieron y los restos mortales de Placidia fueron definitivamente reducidos a ceniza.

 

El mural pintado por Bohemio en la fachada principal
del centro temático de Las Termas de Alameda.

Paulo Orosio en su Historia contra los paganos (417) nos presenta a Gala Placidia como "una mujer de agudo ingenio y espíritu religioso" cuyo influjo en el gobierno del Estado fue tan beneficioso como favorable. Otros cronistas e historiadores próximos a su tiempo corroboran este perfil. Sin embargo, tiempo después, ya entrado el siglo VI comenzó a extenderse, con fines interesados e interesantes para Constantinopla, la imagen devaluada de una gobernante débil que favoreció la desintegración del Imperio occidental. Esta "mala prensa" justificaba que Bizancio arremetiese manu militari contra Italia, África e Hispania.

***

El músico español Jaume Pahissa escribió la opera Gal·la Placidia en 1913, basada en la tragedia del mismo nombre del poeta y dramaturgo Ángel Guimerá.

En la actualidad el artista malagueño Juan María Rivero 'Bohemio' ha llevado esta relevante figura romana al pueblo de Alameda a través de la recreación de los mosaicos de su mausoleo en Rávena.

Pablo Fuentes Hinojo ha publicado una biografía extensa de Gala Placidia (ed. Nerea, 2004).

Rosa de la Corte, profesora gaditana, publicó en 2016 una novela protagonizada por Gala Placidia. Memorias de una reina (Hélade ediciones).

Otras fuentes además de las citadas: Indro Montanelli y Roberto Gervaso. Historia de la Edad Media, Debolsillo, Barcelona 2002.

martes, 6 de septiembre de 2022

AMALASUNTA


Amalasunta, cabeza de mármol



Tigre soy, que al viento alcanza
y con materna afición
he de seguir la venganza
de mis hijuelos, que son
el honor y confïanza.

Amalasunta. Jonarda III de
Las lises de Francia, del occitano
Antonio Mira de Amezcua.


A principios del 494 el rey ostrogodo Teodorico había conquistado Italia, o lo que quedaba de ella. Y se instaló en Rávena tras degollar a su rival Odoacro exterminando a toda su familia. Aunque se había educado en Bizancio, o habían intentado domesticarle, la espada era su juguete favorito y salió de la escuela griega como analfabeto funcional, aunque hablaba latín y chapurreaba la lengua helénica. Había crecido entre guerreros de origen nórdico y se había acostumbrado a dormir en una tienda, junto a su caballo. Su "larga marcha" hacia Italia con todo su pueblo (alrededor de un cuarto de millón de personas con cincuenta mil hombres armados) la hizo invitado a ello por el emperador bizantino Zenón, que daba el imperio de Occidente por perdido y quería liberar los Balcanes quitándose a los godos de encima.

Teodorico mantuvo la estructura administrativa romana, o lo que quedaba de ella, reduciendo, eso sí, el número de funcionarios. Entregó tierras a su pueblo, que tendía ya a abandonar el nomadismo y a hacerse agricultor. Sus biógrafos suelen considerarle un hombre justo, aunque no integrador; se sirvió de los romanos para enriquecer el tesoro godo y gobernar Italia, sin contemplaciones. Nombró secretario al historiador y ornitólogo Casiodoro y colaboradores civiles a Símaco y Boecio, que era yerno del primero.

Manlio Torcuato Severino Boecio (475-524) era romano de pura cepa y traductor del Organon de Aristóteles, que serviría de manual de Lógica durante toda la Edad Media, Teodorico le nombró cónsul, maestro de oficios y primer ministro. Por desgracia, Boecio se vio complicado en una conjura contra el emperador orquestada por el pontífice y ciertos senadores que se entendían con Bizancio y fue condenado a muerte por traición, magia y espiritismo. Encerrado en la cárcel de Pavía, el 23 de octubre fue ejecutado. En su celda quedó el manuscrito de Consolatione Philophiae, escrito en un hermoso latín. Todavía se discute si la espiritualidad de este libro, que fue best-seller en la Edad Media, es cristiana o pagana.

Teodorico, apodado El Grande, conservó los monumentos que pudo. Su condición de guerrero no le impedía cultivar con esmero flores en su jardín. Murió con setenta y dos años. Su mausoleo en Rávena es una síntesis de arquitectura romano-bárbara, que emula el Panteón romano. Indro Montanelli dice de él que fue el primer bárbaro que supo elevarse por encima del nivel de un simple jefe de tribu, de confesión arriana, sus godos llevaron a Italia, junto al carácter selvático y supersticioso de la horda, el sentido del honor, el culto a la mujer y un cierto espíritu aventurero y caballeresco. En Pavía, sintiéndose morir, convocó a sus condes y a su hija Amalasunta, viuda de Eurico y madre de Atalarico.

Árbol genealógico de Amalasunta



Amalasunta tenía suficiente carácter para haberse casado en secreto con un esclavo llamado Traguilla, que fue ejecutado por su madre, Audofleda (hija de Clodovedo I, rey merovingio de los Francos), cuando sorprendió a la pareja in fraganti. La casaron en 515 con un noble ostrogodo procedente de la Hispania visigoda, Eurico, que la dejó viuda poco después. Convertida en regente por la minoría de edad de su hijo Atalarico, no tuvo inconveniente en hacer asesinar a tres nobles godos de los que sospechaba que conspiraban contra su gobierno. Los tiempos eran violentos, pero Amalasunta era también, además de fuerte y dominante, una mujer culta y hermosa. Hablaba latín y griego, además de lenguas germánicas, conocía a los clásicos y amaba la filosofía.

Nombró primer ministro al romano Casiodoro y suavizó las penas legales con indulgencia promoviendo el retorno a la civilidad. Rehabilitó la memoria de Símaco y Boecio. Seguramente debemos a ella la salvación de la Consolación de Filosofía (Filosofía a la que personificó el autor como una dama sabia). Y devolvió a los hijos de aquellos los bienes que le habían sido confiscados. Subió el salario de los maestros de Retórica (profesores de Humanidades) y fundó nuevas escuelas. Se reconcilió con el pueblo romano y con el Senado y confió la educación de sus hijos a preceptores latinos, impregnada como estaba de su civilización. Los señores godos de la guerra protestaron, para ellos un rey debía ser ante todo un guerrero, a ser posible casi analfabeto como Teodorico. Obligaron a la reina a despedir a los maestros romanos y a entregarles al niño, que murió con dieciocho años sometido a toda clase de excesos.
Figurín de A. Gandaglia para I Goti (1873)


Entonces Amalasunta asoció al trono a su primo Teodato (algunos pinensan que se desposó con él). Sentía simpatía por él porque había estudiado filosofía en Roma y escrito un ensayo sobre Platón. Teodato poseía un castillo en la Toscana y vastas propiedades, que había conseguido mediante la violencia. Pronto se dio cuenta la reina de que bajo el disfraz del intelectual subyacía el pelo de un bárbaro que le detestaba.

Temiendo por su vida y la de sus hijos decidió huir a Bizancio, pero su nave fue abordada por los soldados de Teodato y ella arrestada y conducida a la torre de una isla del lago de Bolsena, donde aún refrescan su memoria. Amenazada de muerte, firmó una carta diciéndole al emperador de Bizancio que había cambiado de idea y quería permanecer en Italia. Después, Teodato dio orden de que la mataran. Amalasunta fue estrangulada mientras dormía en el año 535. Procopio afirma que su muerte fue lamentada por godos y romanos. No obstante, su asesinato ofreció al emperador del Imperio Oriental, Justiniano, un buen motivo para intervenir y reconquistar la península italiana.




Su hija Matasunta casó con Vitiges, rey de los ostrogodos, mientras los Bizantinos invadieron Italia. Fue capturada por el famoso general Belisario y pasó en Constantinopla el resto de su vida. Cuando enviudó, Matasunta casó con el patricio Germano, primo del emperador Justiniano, al que dio un hijo.

***
Notas

- Las Cartas de Casiodoro y las Historias de Procopio y Jordanes son la principal fuente de información sobre Amalasunta (o Amalasuntha, Amalasuentha, Amalawintha, Amalasuintha...). 
- Cfr. Indro Montanelli y Roberto Gervaso. Historia de la Edad Media (Debolsillo, Barcelona 2002).
- Sobre el personaje Amalasunta, el dramaturgo Antonio Mira de Amescua (1577-1644) escribió el drama más o menos histórico Las lises de Francia.

viernes, 12 de agosto de 2022

SEMBLANZA DE CARMEN DE BURGOS



COLOMBINE Y SU PERSONAL ENCOGIMIENTO DE HOMBROS

Debo a mi viejo amigo el profesor José Heras el interés por Colombine, seudónimo literario de aquella mujer extraordinaria que anduvo siempre mirando al Sol (el bien común y la justicia) sin escuchar los perros que ladraban a su paso…, ni siquiera a los que meneaban, halagadores, la cola -como ella misma dejó escrito. Me refiero a Carmen de Burgos Seguí (1867-1932), almeriense a la que consideramos hoy la primera periodista profesional y corresponsal de guerra española. Mi amigo me envió el artículo “A vuela pluma” que dicha autora publicó en El Radical de Almería, el cuatro de abril de 1909, como requerido retrato de sí misma.

¡No tiene desperdicio! Contrasta nuestra periodista la confesión cristiana con la expresión artística, hija de esa necesidad que nos impulsa a desgarrarnos el alma y verterla sobre papel y que exige, como el sacramento o la confidencia amorosa, sinceridad, que es también requisito “de quien entrega las exquisiteces de su intimidad bajo el disfraz de un libro”.

Carmen fue anticlerical declarada, pero sobre todo se oponía al fanatismo de los “neos”. Estaba convencida de que España padecía una “plaga de frailes” y no sentía ningún afecto por la “doctrina de Loyola”. En su crónica “Por Europa” definió a Pio X como “Pontífice de los carcas”. Estas posiciones le valieron vetos, calumnias y repudios inmerecidos.

Carmen debe definirse “a vuela pluma”, pero enseguida se ríe en su artículo de la unidad del yo, porque lleva dentro muchos yoes: hombres, mujeres, chiquillos viejos…, y les deja hacer a cada uno lo que le dé la gana porque “¡todos son buenas personas!”, aunque reconoce que a veces, imprudentes, obran con ligereza y deben arrepentirse. Entonces interviene ella, Carmen, consuela al culpable y despierta a los demás para que lo aturdan con sus cantos. Es como decir que no consiente que ninguna manía la ciegue.

Tras esta introspección humorística y surreal la autora confiesa que envidia las vidas sencillas porque la suya no lo es; a ella le gusta lo impensado e incierto, le atrae lo desconocido… Si fuese rica, no tendría casa y viajaría siempre, respirando el aroma de las cosas sin analizarlas. 

Y confiesa que ha sufrido mucho (su temprano matrimonio fue un desastre, su marido adúltero la maltrató y sus tres primeros hijos fallecieron prematuramente). Reconoce que ha padecido hasta haber experimentado el placer del sufrimiento… “Se me desbordó el pecho en amor, en placer, en esperanzas…, en anhelo de bien y de justicia… ¿Qué más da? Lo hermoso es sentir la vida”. Sin embargo, afirma que se libró de excitar la morbosidad del dolor y que “hoy” (abril de 1909, en diciembre cumpliría Carmen los cuarenta y dos años) su gesto favorito es el encogimiento de hombros, a sabiendas de que hay pocas cosas que merezcan nuestro apasionamiento…

“Ni soy ambiciosa, ni me importa el juicio ajeno. La calumnia se estrella a mis pies, lamiéndolos mansamente como el agua del mar a las rocas inquebrantables”. 

Hace gala Colombine de su independencia, de su odio a la hipocresía… 

“Jamás pensé en el medro personal a costa de mi libertad o de adjurar de mis convicciones”.

María del Carmen Ramona Loreta de Burgos Seguí fue la primogénita de diez hijos de José de Burgos y Nicasia Seguí. El padre poseía tierras, minas y el cortijo La Unión. Se crió en Rodalquilar, lindo valle almeriense, oculto en las últimas estribaciones de Sierra Nevada, a la orilla del mar, frente a la costa africana. Allí, “nadie me habló de Dios ni de Leyes y yo me hice mis leyes y mi Dios. Allí sentí la adoración del panteísmo, el ansia ruda de las ofertas nobles, la repugnancia a la mentira y los convencionalismos”. Cuenta, sin embargo, de qué manera descubrió en la gran ciudad las pequeñeces y miserias de los hombres. La anemia, la prostitución y otras enfermedades (del cuerpo y del espíritu) imperan en las grandes ciudades cuando se pierden los frutos de la Naturaleza en las selvas vírgenes donde para todos hay aire y sol (parafraseo). Y cito:

“El progreso verdadero de los pueblos está en la Ética. Nada de ñoñeces ni convencionalismos… que los derechos individuales acaben en donde principia el dolor ajeno. Será obra de Siglos (…). Vale más ser buenos que ser artistas”.

 No obstante esta afirmación antiesteticista, Colombine, desengañada por la injusticia del mundo, afirma en el mismo artículo que ya no cree sino en el Arte y no siente amor sino por los artistas, aunque en la ciudad también encontró almas leales y no dejó nunca que el odio calase en su alma… Nada de falsa modestia:

“Los fuertes escondemos en la piedad del perdón el concepto de inferioridad de los que nos ofenden”.

El mismo año del artículo de marras, Carmen de Burgos inició una larga relación intelectual y amorosa con Ramón Gómez de la Serna, veinte años más joven que ella. Colaboraban periodísticamente, escribían al alimón y se paseaban juntos por los cafés de la Puerta del Sol animando tertulias hasta medianoche. Un año antes, en 1908, fundó Colombine la Alianza Hispano-Israelí, en defensa de la comunidad sefardita internacional: “Conmueve el amor que guardan a la ingrata tierra española; ver cómo conservan nuestro viejo romance y nos contestan con voces hermanas”. La autora dio espacio a dichas voces en la Revista Crítica por ella fundada, en la que les dedicaba una sección.

Traductora, prologuista, conferenciante, maestra de sordomudos… Confiesa que sus penas como profesora fueron dos: 

“la imbecilidad de gentes inferiores que dirigen a los que valemos más que ellos… y haber visto un día un sitio vacío en el banco que ocupaba una pobre alumna pálida… ¡La mató la Primavera!”.

Literariamente, Carmen de Burgos se definió como “naturalista romántica”. Sus cuentos fueron traducidos al francés, alemán, italiano…, sus artículos, ¡miles!, atravesaron fronteras. Publicó ensayos y novelas (Puñal de claveles, sobre un crimen en Níjar, que inspiró las Bodas de sangre de Lorca) y hasta un libro de cocina y una colección de coplas populares. Tras su experiencia como corresponsal en la Guerra de Melilla, publicó un artículo “¡Guerra a la guerra!” en el que defendía a los pioneros de la objeción de conciencia. Hizo campaña por la legalización del divorcio, lo que le valió la admiración del rondeño Giner de los Ríos, maestro de maestros del pensamiento liberal español, y la complicidad de Blasco Ibáñez, pero algunos conservadores buscaron desacreditarla, aunque salió bastante indemne de aquellas trifulcas.

Con la República se afilió al Partido Republicano Radical Socialista y en noviembre de 1931 ingresó en la masonería fundando la logia Amor de la que fue gran maestre. Cuando cayó enferma durante un curso sobre educación sexual en 1932, fue atendida por su amigo Gregorio Marañón, lamentablemente sin éxito. Falleció con sesenta y cuatro, el nueve de octubre de ese año. A su sepelio acudieron los principales políticos e intelectuales del momento. Por desgracia, el franquismo hizo desaparecer su nombre y obra de manuales, bibliotecas y librerías. Tampoco la democracia ha sido demasiado generosa con su figura y con su extraordinaria obra, siendo a veces relegada a la condición de “amante” de Ramón Gómez de la Serna.

Contraria a cualquier tipo de fanatismo, Carmen de Burgos (Colombine, Perico el de los Palotes, Marianela, etc.) termina su autobiografía “a vuela pluma” haciendo alarde de femineidad, del amor a su hija “una preciosa gitanilla”, y afirmando que no desdeña 
“las labores propias del sexo y entretenerme fácilmente con nimiedades que no entienden los genios. Aparte de que me gustan los cintajos y los trapos y no me suena mal algún piropo, aunque no sea literario”.
Aunque hoy sea considerada abanderada del “feminismo”, a Carmen de Burgos no le gustaba el término. Definía así su vindicación en La mujer moderna y sus derechos (1927):
“No es la lucha de sexos, ni la enemistad con el hombre, sino que la mujer desea colaborar con él y trabajar a su lado”.

Del autor:

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https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm


martes, 9 de agosto de 2022

PUELLAE DOCTAE. Luisa de Medrano

 

"Profetas y Sibilas" de Juan Soreda, h. 1530. Atienza.

Durante el siglo XV las mujeres fueron ganando consideración, autoridad, prestigio y libertad, mientras decaía la misoginia medieval. La cultura cortés revalorizó la educación femenina y muchas doncellas brillaron en las redescubiertas humanidades y descollaron en el dominio de las lenguas clásicas y el pensamiento renacentista. Fueron apodadas por sus contemporáneos puellae doctae, doncellas doctas o chicas sabias

En su Historia, ó pintura del carácter, costumbres, y talento de las mujeres en los diferentes siglos, escribe Monsieur Tomas, de la Academia francesa (Madrid, 1773): "El siglo XVI, que vio nacer y ventilarse esta cuestión [la cuestión de la igualdad o superioridad de los sexos] fue quizá la época más brillante para las mujeres". Cornelio Agripa, médico, filósofo y alquimista publicó en 1509 su tratado De la excelencia de las mujeres sobre los hombres. No es pertinente denunciarle por hipócrita porque entonces le conviniera hacer la corte a la famosa Margarita de Austria, gobernadora de los Países Bajos, aunque dejamos constancia del hecho. 

En Italia, el cardenal Pompeo Colonna, el Porcio, el Lando, el Dominichi, el Maggio, el Bernardo de Spina y otros escribieron sobre la perfección de las mujeres. Según Monsieur Tomas, la más singular obra de este género es la de Ruscelli, publicada en Venecia en 1552, que excogitó nuevas pruebas sobre la superioridad de las mujeres copiando además los argumentos aportados por Agripa. 

Modesta di Pozzo di Zorzi todavía en 1592, nada modesta, sostenía la superioridad de su sexo, con gran éxito póstumo. Ya en el XVII hay noticia de un Elogio de las mujeres publicado en España por Juan Espinosa que las celebra -dice Monsieur Tomas- "con toda la imaginativa de su país y con toda la majestad de su lengua". En Francia, Madamisela de Gournay, elogiada por Montaigne, escribió también a favor de su sexo, pero más modesta o menos temeraria, limitó sus pretensiones y se contentó con la igualdad.

Por supuesto, las Puellae doctae eran hijas de aristócratas o de profesionales liberales: médicos, escribanos, abogados, altos funcionarios..., y crecían en ambientes favorables y prósperos donde podían contar con ocio creativo y "habitación propia", con buenos maestros y acceso a bibliotecas particulares, verdadero lujo en el tiempo de los incunables.

Isabel I de Castilla, amiga de las artes y de las letras, practicó cuanto pudo el mecenazgo y favoreció el estudio y erudición femenina en su corte y en las universidades de su reino, igual que su colega María de Portugal. Entre las lecturas favoritas de la reina, que ya madura quiso completar su formación en latín, estaba la obra de Cristina de Pisa (o de Pizan), poeta y filósofa francesa fallecida en 1430, autora del Livre de Trois Vertus or le Tresor de la Cité de Dames (1405), famoso en la llamada "Querelle des femmes". 

Del triunfo de la monarquía en España escribe el padre Pedro Lamoyne en su Galería de mujeres fuertes (Madrid 1794) que no se debió a Fernando, príncipe astuto pero “tímido y sedentario” y dependiente del consejo de sus tenientes, ni a Carlos Quinto, “capitán feliz y atrevido…, tan grande en campaña como en gabinete…, señor y artesano en todas sus empresas". Tal obra no fue ni del tímido ni del conquistador, sino del espíritu y de la animosidad de Isabel de Castilla, y la prueba es su edificio de Estado, que se extiende a dos hemisferios y “abraza la naturaleza descubierta y la que está por descubrir… Nada hubo que no fuese grande y heroico en todas las empresas de su vida. Todos sus días fueron de trabajo”. 

Privada tempranamente de las ternuras y dulzuras de su padre y de su madre, dice Lamoyne que Isabel “mamó menos leche que médula de león en sus primeros alimentos”, que en su infancia severa y disciplinada “se adiestró en la adversidad y aprendió a vencer a la fortuna”, que tuvo que lidiar con la malquerencia de su hermano Enrique como la palma tierna que resiste al vendaval, que fue “oráculo doméstico de Fernando y visible inteligencia de su consejo”, que aseguró la unidad de su reino, conquistó Granada y envió su fortuna con Colón “en busca de un cielo escondido y una naturaleza desconocida”. Isabel patrocinó la Biblia Complutense de Cisneros, mucho antes de que el torrente de plata y oro de las Indias se derramara desde el Guadalquivir por Europa, porque “no son los grandes medios los que hacen cosas grandes, sino las grandes almas”.



La reina católica incorporó a su corte a profesores de la universidad de Salamanca y Alcalá, y a eruditos italianos. Las puellae doctae fueron educadas en la corte por los maestros de la Escuela Palatina: Diego de Deza, Elio Antonio de Nebrija, Pedro Mártir de Anglería… Los estudios incluían lectura, escritura, música, canto, danza, natación, esgrima, arco, ballesta, latín, oratoria, ajedrez y juego de pelota. La hija de Elio A. de Nebrija colaboró con su padre en la redacción de la primera Gramática Castellana y a la muerte de este en 1522 le sustituyó en la cátedra de Retórica de Alcalá de Henares. Se dice que la humanista Beatriz Galindo, apodada la Latina, talento precoz, instruyó a la reina en la lengua de los césares. También destacó Juana de Contreras, alumna de Lucio Marineo Sículo, que la describió como “de muy claro ingenio y singular erudición”. Se escribía con el maestro en elegante latín y conferenció en Salamanca. No obstante, el caso más extraordinario y enigmático puede que sea el de Luisa de Medrano (1484-1527).

Posible retrato de Luisa Medrano
como Sibila Samia

Luisa de Medrano Bravo de Lagunas Cienfuegos nació en Atienza, actual provincia de Guadalajara. Su padre, don Diego López de Medrano, señor de San Gregorio, murió en 1487 en la toma del castillo de Gibralfaro durante la campaña de la reconquista de Málaga a las órdenes de Fernando el Católico. Su madre, Magdalena Bravo de Lagunas, era tataranieta de Guzmán el Bueno y prima hermana del capitán comunero de Segovia Juan Bravo de Lagunas, siendo Luisa la séptima de nueve hijos alumbrados por Magdalena, la cual, ya viuda, fue acogida con sus vástagos en la corte de los Reyes Católicos. Se contaba que los Medrano procedían de un príncipe árabe converso a la causa cristiana en tiempos del rey Ordoño.

El caso es que, protegida por Isabel, Luisa recibió una educación esmerada y fue poetisa, pensadora y profesora. Sin embargo, tal vez por la participación de Juan Bravo y otros familiares en la rebelión de los comuneros, Carlos I mandó censurar su nombre y condenó su actividad y obra al olvido (damnatio memoriae, que la llamaron los romanos).

Sin embargo, en su Opus Epistolarum de 1514, Lucio Marineo Sículo se refiere a Luisa Medrano llamándola "Lucía" -no sabemos si por error voluntario o involuntario- y la describe como “una mujer llena de gracia y belleza, y en plena juventud. He aquí a una jovencita de bellísimo rostro que aventaja a todos los españoles en el dominio de la lengua romana”. Y, antes de despedirse de ella en su epístola poniéndose a su disposición, el humanista siciliano añade: 
“Te debe España entera mucho, pues con las glorias de tu nombre y de tu erudición la ilustras. Yo también, niña dignísima, te soy deudor de algo que nunca te sabré pagar. Puesto que a las Musas, ni a las Sibilas, no envidio; ni a los Vates, ni a las Pitonisas. Ahora ya me es fácil creer lo que antes dudaba, que fueron muy elocuentes las hijas de Lelio y Hortensio, en Roma; las de Stesícoro, en Sicilia, y otras mujeres más. Ahora es cuando me he convencido de que a las mujeres, Natura no negó ingenio, pues en nuestro tiempo, a través de ti, puede ser comprobado, que en las letras y elocuencia has levantado bien alta la cabeza por encima de los hombres, que eres en España la única niña y tierna joven que trabajas con diligencia y aplicación no la lana sino el libro, no el huso sino la pluma, ni la aguja sino el estilo”.
El bibliotecario Juan Bautista Cubíe en su tratadito Las mujeres vindicadas de las calumnias de los hombres, con un catálogo de las Españolas que más se han distinguido en Ciencias y armas (Madrid 1768) recoge bajo el nombre de Lucía Medrano: “natural de Salamanca, fue mujer de grande erudición y elocuencia, según se manifiesta en la carta que le escribió a Lucio Marineo Sículo, y está copiada en la Biblioteca de Nicolás Antonio”.

Es posible que Luisa Medrano Bravo fuese retratada bajo el nombre de Sibila Samia en una tabla de Juan Soreda conservada en Atienza, su ciudad natal a pesar de lo que dice Cubíe, que en aquel tiempo dependía de Soria. 

Luisa murió muy joven, pero es seguro que dejó alguna obra escrita, poética o filosófica, que por desgracia hemos perdido. Un instituto lleva su apellido en Salamanca, igual que un premio internacional ofrecido por la comunidad de Castilla-La Mancha a la Igualdad de Género. 

En 1935 la estudiosa alemana Thérese Oettel quiso confirmar que a principios del XVI ejercieron mujeres en las cátedras de las universidades españolas y escribió Una catedrática en el siglo de Isabel la Católica: Lucía de Medrano, que es obra de referencia. A pesar de lo cual, investigadores e investigadoras han negado este estatuto de la joven Medrano. Eruditos posteriores que sí la reconocen como profesora universitaria en Salamanca han sido González Dávila (1650), Nicolás Antonio (1672), Bernardo Dorado (1776), Clemencín (1821), Manuel H. Dávila (1849) y hasta Menéndez Pelayo (1896). 

El hermano de Luisa, Luis de Medrano, fue rector de la universidad de Salamanca (1511-1512), como Pedro de Torres, quien afirma en su Cronicón: “el día 16 de noviembre de 1508, la hija de Medrano lee en la cátedra de cánones”. Puede que sustituyera ese año a Nebrija, que se trasladó a la universidad de Alcalá de Henares. Es una lástima que la literatura de esta y otras importantes humanistas del Renacimiento español, puellae doctae, mujeres doctas y ejemplares, no se nos halla conservado.

Fuentes

Borregero Beltrán, Cristina. "Puellae doctae en las cortes peninsulares", Universidad de Burgos, disponible en la Red (Dialnet).

“Lucía de Medrano, la primera mujer catedrática de la historia”, https://www.teinteresa.es/espana/Lucia-Medrano-primera-catedratica-historia_0_988102921.html

“Luisa de Medrano, profesora de Universidad y poetisa del siglo XVI”, por María Sol Antolín Herrero: https://eldiariofeminista.info/2021/05/29/luisa-de-medrano-profesora-de-universidad-y-poetisa-del-siglo-xvi/

“Luisa de Medrano, primera mujer en una cátedra de universidad (1484–1527)”, por Luis Núñez Burillo y Ginel de Medrano: https://lavozdetomelloso.com/33370/luisa_medrano_primera_mujer_catedra_universidad_14841527

Wikipedia: Luisa de Medrano.

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