lunes, 1 de julio de 2013

ANNE FINCH CONWAY Y LA GENEALOGÍA DE LA "MÓNADA"






Me gustaría compartir con vosotros algunas reflexiones sobre Anne Finch Conway, una filósofa inglesa del siglo XVII injustamente olvidada.


Podría decirse, en el ámbito artístico, que lograr algo tan difícil como un estilo propio significa ser capaz de crear formas nuevas y distintas, esto es, de articular de manera inconfundible unos elementos arquitectónicos, melódicos, pictóricos, literarios…

En el campo filosófico, el equivalente vendría a ser la capacidad de elaborar un sistema coherente de pensamiento, formular un conjunto de conceptos o una metodología de investigación propios. Es obvio que ello sólo está al alcance de los pensadores más originales, esos que sientan época, hasta el punto de que la sola mención de ciertos elementos singulares de su obra se asocia automáticamente a su autor, incluso para quienes no están especialmente versados en filosofía. Así sucede con el mundo de las ideas, la duda metódica, el complejo de Edipo, la deconstrucción… Uno de esos conceptos que inmediatamente nos evocan a un autor determinado es, sin género de dudas, la mónada.



Leibniz (1646-1716) se refiere, con su doctrina monadológica, a las sustancias simples de la naturaleza, continuas, inextensas e indivisibles, entendidas como la representación formal o metafísica de los seres que van, en una jerarquía gradual, desde la mónadas inferiores a la mónada suprema que es Dios.

Leibniz utilizó esta construcción, esencial en su doctrina, como fundamento del principio de armonía preestablecida, que justificaría al nuestro como el mejor de los mundos posibles, y también para intentar solventar el, entonces, candente problema de las ideas innatas.

Sin embargo, lo que resulta verdaderamente sorprendente es descubrir que el concepto de mónada, en el específico sentido que le atribuye Leibniz -bien distinto de otras acepciones previas griegas, romanas, medievales y renacentistas-, trae causa directa de Anne Finch Conway (1631-1679), una de las muy meritorias scientific ladies del diecisiete, discípula del filósofo Henry More. Este la inició en el estudio del cartesianismo, que la autora criticó en la única obra que de ella se conserva: “Principios de la más antigua y más moderna filosofía”.

En la misma discute la dualidad mente vs. cuerpo inerte. Para Lady Conway, cuerpo y alma están hechos de la misma sustancia y sólo sus formas son diferentes. Mientras que el cuerpo es espíritu compacto, el espíritu puede concebirse como un cuerpo volátil. En la vida habita una sustancia primigenia que denominó “mónada”, inalterable, indivisible y que refleja la totalidad del universo. También para ella la mónada primera es Dios.

En 1670 -según relata la estudiosa alemana Ingeborg Gleichauf en “Mujeres filósofas en la historia”, editado por Icaria en febrero de este año, del que tomo la recensión del pensamiento de A. F. Conway-, la autora conoció al erudito y viajero Van Helmont (1618-1699), y fue éste quien, en 1696, transmitió a Leibniz, a la sazón en Hannover, la peculiar concepción de la mónada que aquélla le había confiado.

Ya en ese mismo año Leibniz utilizó el término en una carta, si bien sólo después elaboró una completa monadología tras explorar la riqueza de posibilidades del concepto, no publicando “Principios de la Naturaleza” y “Monadología” hasta 1714.

Afirma I. Gleichauf que Leibniz reconoció la influencia de Lady Conway en diversos lugares, extremo que he intentado corroborar personalmente sin éxito hojeando diferentes recensiones biográficas y diversos textos y correspondencia del filósofo. Pero lo cierto es que la historia de la filosofía se ha escrito con voz masculina y, por ello, sufre amnesia respecto de quienes se apartaron del patrón socialmente aceptado en cada momento.

Desconociendo tan brillante aportación previa, el por lo demás magnífico “Diccionario de Filosofía” de Ferrater Mora (voces “Mónada, monadología” y “Helmont”), atribuye a Van Helmont el carácter de precursor directo de Leibniz. Así se afirma literalmente que Leibniz tomó el término “mónada” (en el sentido más específico) de Van Helmont. Y, también, que dicho autor “llegó a la formulación de una doctrina monadológica en muchos aspectos parecida a la de Leibniz, por lo cual se supone que éste pudo haber recibido influencias para su obra”.

Por ello puede decirse que, en una típica reescritura de la historia desde la lógica patriarcal, Anne Finch Conway ha sido desposeída de su autoría, para serle adjudicada a un mero intermediario en su transmisión a Leibniz. Indudablemente, éste supo extraer de la idea todas sus virtualidades, hasta el punto de ser considerada la culminación de su pensamiento, y la insertó en un sistema completo y personal. Pero lo justo sería, como mínimo, una cita a pie de página y no el olvido más absoluto ni, mucho menos, la desposesión de su contribución.

He rastreado con interés noticias sobre Lady Conway en la red y en textos específicos. No figura en el libro “Las filósofas” de G. de Martino y Marina Bruzzese (Cátedra, 1996). Muy pocas noticias suyas pueden encontrarse en Internet. Carece de entrada en la Wikipedia, donde únicamente aparece su nombre y sus fechas de nacimiento y muerte en el listado alfabético de filósofos.
En Definition from answers.com, bajo el nombre equivocado de Anne C. Conway (quien es, en realidad, una juez federal norteamericana, un ejemplo más de la confusión existente alrededor de su figura), se recoge la escueta cita de que “she was an acknowledged influence on Leibniz, who may have adopted the term monad from her”. Es decir, que Leibniz reconoció su influencia pero que, en realidad- si mi traducción es correcta-, solo es posible que hubiese adoptado el término de ella (no necesariamente el concepto o idea de mónada).


Este artículo fue originariamente publicado en el Blog de Filosofía La Quinta del Mochuelo. Si tenéis interés en acceder a los comentarios realizados al mismo, podéis consultar el enlace siguiente:
http://quintadelmochuelo.blogspot.com.es/search/label/Anne%20Finch%20Conway

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