miércoles, 3 de julio de 2013

LAS SIBILAS, ORÁCULOS DE SABIDURÍA



¿Quiénes fueron las Sibilas? Esas fascinantes mujeres vivieron en la Antigüedad y fueron reverenciadas por su capacidad para entrar en contacto con el más allá y vaticinar el futuro. Jugaron un papel decisivo para la política de ciudades e imperios, y cayeron en el descrédito y el olvido con el cristianismo. Los datos históricos que conservamos acerca de ellas son escasos y confusos. Su imagen está rodeada de mitos y leyendas extraordinarios, que nos hablan de una cosmovisión muy distinta a la nuestra. Intentaremos comprender por qué llegaron a ser tan importantes en el mundo antiguo. En un recorrido histórico, veremos cómo la figura de la sibila resurgió en la Edad Media como profetisa cristianizada, con un maravilloso canto que hoy está siendo recuperado como patrimonio de la humanidad, y examinaremos el auge y transformación de su imagen en el Renacimiento, como una expresión cualificada del eterno femenino del que hablaron Goethe y Nietzsche. Al final del viaje podremos disfrutar con un bonito montaje audiovisual, que espero que ilustre adecuadamente esas metamorfosis.



1. La Sibila en Grecia
Una de las primeras referencias escritas a la Sibila de Delfos la encontramos en Heráclito (544-484 a.C.) pero la figura se remonta a un pasado mucho más remoto. “Sibylla” quiere decir profetisa o mujer sabia, y era el nombre que recibían quienes se dedicaban al oráculo más prestigioso de la antigüedad. Los griegos consideraban a Delfos el “ómphalos”, el ombligo del mundo. En un paraje de  singular belleza, al pie del majestuoso monte Parnaso, el dios Apolo se reunía con las Musas, en un bosquecillo de laurel, su planta emblemática, a cantar, danzar y recitar poesía con su lira. Pero antes de convertirse en esta idílica Arcadia, el lugar fue escenario de un cruento sacrificio que otorgó al dios solar sus poderes de adivinación. En un tiempo remoto esa mágica montaña fue sede del culto  arcaico a la diosa madre minoico-micénica y, después, morada de la diosa Gea (Tierra) y la gran serpiente Pyto, poseedora de la sabiduría. Para apoderarse de ella, en un combate que prefigura el de San Jorge contra el dragón, Apolo mató a la Serpiente, se purificó en la fuente Castalia y enterró las cenizas del mítico animal en un sarcófago bajo el “ómphalos” de piedra, que marcaba el kilómetro cero para los griegos. Sobre él se erigió un santuario excavado en la roca, donde la sibila o “pitia” (de ahí la palabra “pitonisa”) actuaba como intermediaria entre los hombres y el dios.


En el siglo VIII a. C. ya existía en Delfos un templo dedicado a Apolo, en que se llevaban a cabo ritos adivinatorios el día del natalicio del dios, el 7 del mes de Targelion (en el  calendario de Delos) o de Bisio (en la tradición de Delfos).Desconocemos su equivalencia exacta pero sí se sabe que correspondía al momento de renacer de la naturaleza con la primavera, en abril o mayo. Como dato curioso, la leyenda, que siempre  reelabora los hechos históricos embelleciéndolos, afirma que Platón nació el mismo día que Apolo, feliz coincidencia que justificaría su inspiración filosófica casi divina.
Por su carácter mistérico, y por los ataques de que fue objeto el oráculo en la era cristiana, conservamos escasa información acerca de la ceremonia. La pitia se sentaba sobre un trípode, asiento de tres patas que representaban el presente, el pasado y el futuro, en un lugar sagrado al fondo del templo, el “ádyton”, al que no tenían acceso los consultantes. Además de masticar hojas de cierta  variedad de laurel, probablemente entraba en trance al respirar gases tóxicos (etileno o metano) emanados de una fractura en el suelo de la cripta. Embriagada o poseída por el espíritu (“pneuma”) de Apolo, la pitia se contorsionaba y profería palabras inconexas que los sacerdotes transformaban en verso, como solución a la pregunta formulada.
Desde nuestra óptica actual, resulta difícil concebir la trascendental importancia  que tuvo el oráculo de Delfos en el mundo griego. No existía iniciativa política que no fuera consultada por los gobernantes. Si fracasaban por no haber contado con la voluntad de los dioses, serían acusados de impiedad (y por ese grave crimen, la pena podía llegar a ser la muerte, como le sucedió a Sócrates). Por ello, aún en los momentos tan comprometidos como la invasión de la Hélade por el rey persa Jerjes I el 480 a. C., los espartanos se tomaron el tiempo necesario para invocar al oráculo. El vaticinio recibido fue: “O bien Esparta será saqueada por los persas o bien la tierra de Laconia [Esparta] llorará la muerte de un rey de la estirpe de Heracles”. Quizá Leónidas I solo fue capaz de inmolarse con sus 300 espartiatas, en el desfiladero de las Termópilas, gracias a la fuerza moral que les otorgaba saberse elegidos por los dioses para la gloria, aunque otros menos idealistas opinan que el augurio se inventó a posteriori para engrandecer una gesta que aun hoy nos admira.

En el curso de la II Guerra Médica, otro conocido oráculo proporcionó el triunfo a Atenas, al aconsejarle erigir un muro de madera para protegerse de los persas. Los ingeniosos atenienses interpretaron el vaticinio en el sentido de que debían construir una gran flota de barcos, que les dio la victoria en Salamina el 480 a.C. y los lanzó al dominio del comercio en el Mediterráneo.
Los oráculos de la pitia eran célebres por su peligrosa ambigüedad (por eso llamamos “sibilinos” a los mensajes ocultos o misteriosos). Según relata Herodoto, el último rey de Lidia, Creso (595-546 a.C.), que pretendía atacar al imperio de Ciro II, mandó un emisario a Delfos para indagar el resultado de su campaña militar. La respuesta fue: "Creso, si cruzas el río Hayes [en la frontera entre Lidia y Persia] destruirás un gran imperio”, lo que el monarca lidio interpretó como signo seguro de su victoria. Exultante, el prepotente Creso lanzó su ataque pero el gran imperio que resultó destruido fue el suyo.

Pese a esos conocidos ejemplos, no debemos pensar que solo se recurría al oráculo de Delfos en  situaciones de crisis política. Entre los griegos era casi un deporte consultar a los dioses cualquier duda o curiosidad. Así, cuenta Platón en la Apología, 21, que Querefonte, uno de los mejores amigos de Sócrates, preguntó si había alguien más sabio que éste, y la respuesta negativa de la pitia fue lo que le decidió a dedicarse a la filosofía. Insistiendo humildemente en que no sabía nada, su enseñanza asumió el lema inscrito en el templo de Apolo, “conócete a ti mismo”,  respuesta a Quilón de Esparta sobre qué era lo mejor para el hombre. Por ello, puede afirmarse que también el papel del oráculo fue trascendental en la historia de la filosofía.

Hacia el siglo VI a.C., el poder e influencia de la ciudad sacerdotal de Delfos era enorme. Su condición de santuario panhelénico le otorgaba el decisivo papel de árbitro en las constantes disputas entre las polis, dirimidas a través del deporte en los juegos en honor de Apolo Pitio. El grandioso templo del dios, situado al final de la vía sacra, acogía  a peregrinos venidos de todos los rincones del mundo antiguo: griegos o extranjeros, ciudades o particulares pero nunca mujeres. En esa época, dada la ingente demanda de consultas, eran tres las sibilas actuantes. Se las seleccionaba entre las jóvenes del lugar, sin distinción de clases sociales. Debían observar una conducta intachable  y vivir confinadas en el santuario hasta su muerte.
También se amplió pronto el número de días fastos, aquellos en que se consideraba que la voluntad de Apolo era proclive a la adivinación. Así, de realizarse inicialmente solo el día del nacimiento del dios, pasó a llevarse a cabo el séptimo día de todos los meses entre febrero y octubre, período en que Apolo residía en Delfos. Durante el invierno, como no podía ser menos, el dios solar se ausentaba más allá de los límites conocidos por el mundo griego, al país de los hiperbóreos. En el período de eclipse invernal del dios de la luz y de la razón, ocupaba su lugar Dioniso, patrón de la embriaguez  y la locura.
Como sucede con nosotros a la hora de litigar, también el acceso a la pitia obligaba al pago de una tasa, cuyo importe pactaba la Confederación de ciudades griegas. Para los particulares, equivalía al salario día que se pagaba a quienes eran llamados como jurados, y las polis debían satisfacer el doble de esa cantidad. El número de consultas por peticionario estaba limitado a una al mes. Con el pago de una sobretasa se adquiría el derecho de promancia, es decir, a saltarse la larga lista de espera. En todo caso, Atenas y Esparta tenían prioridad absoluta en sus consultas.
Junto a las tasas y a las ofrendas de los fieles, un  flujo ingente de capitales circulaba en Delfos en torno a los tesoros depositados por las doce ciudades confederadas,  con los que hacían ostentación de poder (en el año 468 a. C. los atenienses presumían de tener una costosa palmera con dátiles de oro). Otra destacable fuente de ingresos para la ciudad provenía de la venta de animales  para los sacrificios ceremoniales. El papel económico de Delfos fue de tal magnitud que allí nacieron, en el s. VI a.C., los primeros bancos, al instalarse en la ciudad cambistas y prestamistas para intermediar en las operaciones.
         Unos días antes de la consulta, tenía lugar un encuentro entre el solicitante y la pitia. Una vez purificada con el ayuno y las abluciones rituales en la fuente sagrada Castalia, se sacrificaba una cabra a Apolo para averiguar si era propicio a escuchar la petición. Los sacerdotes oficiantes derramaban un cubo de agua fría sobre el animal, colocado sobre un altar delante del templo. Si no tiritaba, se interpretaba como un signo de desacuerdo divino y se anulaba la consulta.

En un estado de “enthousiasmos”, de posesión divina, la sibila emitía sonidos guturales que un colegio sacerdotal, bien informado de los entresijos de la política y de la vida cotidiana griega, traducía a versos enigmáticos que se escribían en tablillas de cera (lo que contribuyó a la difusión de la escritura) y se entregaban al consultante. Este debía interrogarse reflexivamente para encontrar el verdadero significado de la profecía recibida.
     Durante la égida de Macedonia, el oráculo perdió cierto peso en el mundo griego. De hecho, con su habitual impaciencia, Alejandro Magno pretendió que el Apolo le revelase sus intenciones en un día nefasto, en que no se le podía molestar, y los sacerdotes no dudaron por ello en expulsarlo del lugar. Se dirigió entonces al desierto de Libia a consultar a Zeus-Amón en el oráculo de Siwa que, mucho más complaciente con el nuevo amo del mundo, le confirmó su anhelada filiación divina. En sus expediciones de conquista, Alejandro consultaba con frecuencia a la Sibila Pérsica, que viajaba con su ejército.
Entre los siglos III y II a.C. Delfos recuperó su antiguo esplendor pero en el siglo I a. C., bajo el dominio romano, siendo Plutarco de Queronea sacerdote mayor de Apolo, ya no era una institución política clave. Los oráculos habían dejado de redactarse en verso y se ocupaban de asuntos más pedestres, tales como viajes, matrimonios, salud o negocios.
Bien entrada nuestra era, autores cristianos como Orígenes y San Juan Crisóstomo se ensañaron con la figura de la sibila, presentándola como una histérica, intoxicada por  gases de azufre, que de ninguna manera podría hablar en nombre del Dios verdadero. El recinto, antaño impresionante por su riqueza y poderío, sufrió incendios y se llenó de maleza. En plena decadencia, fue clausurado por Teodosio en el siglo III d. C. y fue completamente  aniquilado como emblema del paganismo vencido.



2. La Sibila romana
Una maravillosa leyenda cuenta que la Sibila de Cumas se presentó de incógnito ante Tarquino, el último rey etrusco (534-510 a. C.). Por la exorbitante suma de 300 monedas de oro, le ofreció nueve libros con información trascendental para el futuro de su linaje. El soberbio rey se burló de las pretensiones de la anciana que, ofendida, quemó en su presencia tres de los libros y se marchó. En una segunda ocasión, la Sibila le encareció nuevamente sin éxito la compra de los textos, y otros tres fueron quemados, pero esta vez el rey encargó a los sacerdotes que investigaran quién era la insolente vieja. Conocida su identidad, Tarquino no dudó en comprar los tres últimos libros proféticos, incluso al mismo precio exigido inicialmente para la totalidad. Tras ello, se depositaron en el templo de Júpiter en el Capitolio y eran estudiados asiduamente por los sacerdotes decemviri, si bien solo se consultaban para decidir qué hacer bajo circunstancias excepcionales. Así, cuando Aníbal derrotó a las legiones romanas en Cumas, el oráculo ordenó que se enterraran vivos  dos galos y dos griegos bajo el mercado de Roma para aplacar a los dioses, aunque habitualmente se recurría a soluciones menos crueles, como sacrificios animales, erigir un templo o invocar a los dioses foráneos.
En el año 83 a. C. los libros sibilinos desaparecieron en un incendio pero, dada la importancia fundamental que se les atribuía para el destino de Roma, se ordenó reconstruirlos mediante la tradición oral y escrita  conservada en los santuarios de Italia, Grecia y Asia Menor. Augusto, con su programa restaurador de las costumbres romanas tradicionales, puso en marcha un proceso de depuración de los textos sagrados, en el curso del cual se quemaron más de 2.000 rollos. Por aquel entonces su autoridad ya estaba en decadencia pero seguían siendo objeto de consulta. El método interpretativo era verdaderamente curioso: se elegía una línea al azar. Con ella, los sacerdotes componían un acróstico, en el que cada letra de la frase encabezaba un verso. Dentro del poema resultante debía hallarse la respuesta, que se consideraba inspirada por la sibila.
Los libros proféticos se destruyeron en el año 405, en tiempos del emperador Honorio.


Cumas era una colonia griega en la Campania, al sur de Nápoles. Desde Jonia llegó la tradición de la sibila a Italia. Vivía en la bahía de Nápoles, al pie de un volcán gemelo al Vesubio. En 1950 se realizó allí un descubrimiento arqueológico  sensacional: quinientos años antes de Cristo, los sacerdotes habían ordenado la construcción de un sofisticado sistema de túneles que conducían a la cueva de la sibila, simulando un descenso iniciático hasta el inframundo. Los visitantes debían atravesar una larga galería en que la alternancia de luz y oscuridad les provocaba una sensación de irrealidad. A su término había un río subterráneo. Una pequeña embarcación  esperaba a los peregrinos para transportarlos al santuario excavado en la roca volcánica, donde formulaban su consulta. Como relata Virgilio, desde múltiples aberturas laterales se escuchaba la siempre enigmática respuesta de la sibila, desdoblada en más de cien voces distintas. Según nos transmite otra preciosa leyenda, Apolo se enamoró de la Sibila y le concedió el don de la profecía. La joven pidió al dios vivir tantos años como granos de arena había cogido en su mano, pero olvidó pedir también la eterna juventud para vivirlos. Se fue consumiendo y, al final, solo se escuchaba el eco de su voz, el que percibían los numerosos peregrinos que acudían al santuario de Cumas. En su descenso a las entrañas de la tierra, los visitantes experimentaban la increíble sensación de haber cruzado la laguna Estigia para entrar en el mundo de los muertos y, a su retorno, compensaban al santuario con generosas donaciones.

3. Oráculo, religión y filosofía en el mundo antiguo
Para entender el papel de las sibilas en la religión helénica, es imprescindible asimilar el concepto de destino que tenían los griegos. En nuestra tradición cultural cristiana, Dios se concibe como un ser supremo único y omnipotente. En cambio, los antiguos creían que el destino estaba gobernado por  las Moiras (las Parcas para los romanos), que vigilaban el hilo de las vidas humanas desde el nacimiento a la muerte. Eran temidas por los hombres e incluso por los dioses, pues tanto unos como otros estaban sometidos a los designios de su voluntad. En su religión politeísta, las divinidades no podían doblegar el inexorable destino pero sí retrasarlo, suavizarlo o revelarlo a los mortales, y ese era precisamente el papel del oráculo. Pero sus revelaciones no  se utilizaban simplemente para conocer el porvenir sino como consejos u orientaciones para poder afrontarlo mejor, con una finalidad eminentemente práctica. La confianza  que tenían en el oráculo era ciega. Por ello, cuando el vaticinio recibido no se cumplía, pensaban que lo habían interpretado mal. Los hombres podían errar, pero nunca los dioses, por lo que buscaban otras explicaciones para el fallo. Es un proceso mental que se conoce en psicología como “disonancia cognitiva” (Festinger.)
La creencia en presagios y profecías, como señales del futuro que vendrá, está muy arraigada  en la naturaleza humana y pudo coexistir sin estridencias con el talante filosófico griego. Jack Goody, en El robo de la historia (2006), denuncia que Occidente se ha apropiado de la herencia grecolatina  pero arrancándola del trasfondo religioso y místico del que procedía, común en el Mediterráneo oriental, en el que no era posible apreciar la tajante separación entre Europa y Asia que viene manteniéndose desde el siglo XVIII. En el mundo antiguo,  religión, filosofía, magia y ciencia no resultaban fácilmente delimitables. El pensamiento racional, las prácticas curativas y la comunicación con los dioses formaban parte de un continuum en el que aparecían incrustados de manera indiferenciada y del que se fueron desgajando con el tiempo, cuando se incrementó significativamente el volumen de conocimientos en cada rama.

Peter Kingsley ha revelado cómo Empédocles y Parménides tenían un pensamiento místico muy relacionado con sus raíces culturales en Sicilia, y que ya fue malinterpretado por Platón y Aristóteles. Su imagen de Parménides como un racionalista lógico es la que se ha transmitido a la posteridad. Por el contrario,  en la heterodoxa y apasionante obra En los oscuros lugares del saber (1999),  Kingsley nos muestra a Parménides como un sacerdote de Apolo que, en su enigmático poema filosófico, relata el descenso al inframundo guiado por  Perséfone. Era un sanador, un chamán,  no menos que un filósofo, que enseñaba a los enfermos e iniciados a comprender los mensajes recibidos de los dioses en sueños o con la meditación. En algunos santuarios antiguos, el oráculo se recibía por incubación, tras dormir contra el suelo en recintos oscuros y subterráneos, en  contacto con las fuerzas ctónicas.


Nuestra visión de la estética griega  procede, en gran medida, de la revisión teórica realizada por Wincklemann en el siglo XVIII. A través de los ojos de escultores como Antonio Canova o Thorvaldsen, seguimos viendo el siglo de Pericles en los tonos de un purísimo y elegante mármol blanco, cuando en realidad su estatuaria y sus edificios eran muy coloristas. Tanto, que ahora los consideraríamos de un dudoso gusto kitsch. Del mismo modo, hemos forjado nuestra idea de la filosofía griega desde el prisma del Neoclasicismo. En ese momento se produjo un segundo revival de lo griego, nítidamente escindido de la herencia romana, con la que en el Renacimiento había formado un bloque cultural compacto e indistinto. Goethe, Schiller, Hölderlin, Lessing, Hegel o Schelling fueron las figuras literarias y filosóficas más eminentes en ese proceso de recuperación, aunque en realidad tendríamos que hablar de reinvención y apropiación de lo helénico como patrimonio europeo moderno, que es lo que Goody consideraría la primera fase del “robo histórico”. Desde esa óptica, es fácil comprender que no se asimilara el pensamiento griego con sus auténticas raíces culturales y, entre ellas,  el oráculo de Delfos, “ombligo” de la vida griega  durante muchos siglos. La centralidad del oráculo era tal que que Platón señaló al Apolo délfico como guía para su ciudad utópica, en el libro IV de la República y en las Leyes. Si  no aceptamos ese background místico-religioso, tales referencias nos resultan tan incómodas que tendemos a esconderlas disimuladamente debajo de la alfombra, porque no encajan con la imagen idealizada de la Grecia clásica que hemos construido a nuestra medida. A quienes estén familiarizados con el oráculo del veneno entre los zande, un pueblo del Sudán estudiado por el antropólogo Evans-Pritchard, les habrán llamado la atención los extraordinarios parecidos estructurales entre las técnicas de adivinación en Delfos y en esa tribu africana, lo que resitúa a los griegos antiguos en una realidad cultural con tantas luces como sombras desde el punto de vista de la racionalidad contemporánea.
Otra cuestión fundamental es advertir la diferencia entre la adivinación en Grecia y Roma. En su época de apogeo, Delfos basaba  su liderazgo político en su condición de símbolo de la unidad panhelénica, en un sistema de poderes fragmentados en equilibrio inestable, pero no era un órgano estatal. En cambio, los romanos advirtieron pronto la importancia de controlar el poder de adivinación por el estado, lo que era perfectamente consonante con el sistema político centralista y autoritario del imperio. De hecho, Delfos decayó cuando dejó de cumplir su papel moderador de los conflictos entre las ciudades estado, porque desde Alejandro Magno el escenario político preexistente cambió de forma radical.
          Un breve apunte sobre antropología de género: seguro que habréis advertido la contradicción que supone que la sibila fuese mujer pero que las féminas no pudiesen consultar el oráculo de Delfos (tenían que delegar sus preguntas en un varón). En realidad, como sucede con otras figuras, como la sadhin, una asceta femenina en la India del s. XIX, la sibila era clasificada en un tercer género, ni masculino ni femenino. En el mundo grecolatino, las mujeres solo podían dedicarse a la casa y a la procreación. Únicamente se las consideraba dignas de realizar funciones sacerdotales cuando ese papel sexual era anulado. Al principio, las sibilas se escogían entre jóvenes vírgenes pero, tras un sonado escándalo por rapto y violación en la época de Plutarco, se exigió que tuviesen más de 50 años. En ambos casos, es claro que el elemento definitorio era la exclusión de la sexualidad. En las sociedades tradicionales, la castidad o pureza en la mujer era el factor esencial para que se aceptase públicamente su función de enlace entre los humanos y las divinidades.


4. El canto de la Sibila
En el siglo IV de nuestra era, el escritor cristiano Eusebio de Cesarea interpretó un texto de la Sibila Eritrea, que escondía en acróstico la frase “Jesucristo Hijo y Dios Salvador”, como el vaticinio del retorno triunfante de Cristo. En La ciudad de Dios (426), San Agustín tradujo esos versos del griego al latín, relatando los impresionantes signos que anunciarían  la inminencia del Juicio Final, tal como los había descrito el Apocalipsis de San Juan: el fuego abrasando el cielo y la tierra, pavorosos temblores y eclipses de sol y de luna antes del descenso del Rey Eterno. Según la profecía, en su primera venida al mundo Satanás fue encerrado en las Tinieblas pero, al cabo de mil años, la Bestia conseguiría escapar y plantar batalla a las fuerzas del Bien con ayuda del Anticristo. Durante la Alta Edad Media, en medio de una atmósfera de inestabilidad política y de tremenda miseria, esa profecía provocó que una epidemia de histeria colectiva recorriera toda Europa por miedo a la llegada del año 1000, momento en que se liberarían de nuevo las fuerzas del mal para el combate definitivo. En ese contexto milenarista se comprende que tuviera una difusión inusitada una homilía (falsamente atribuida a S. Agustín) que, para testimoniar los rigores del fin del mundo y la vuelta en majestad de Cristo, invocaba a los profetas del Antiguo y del Nuevo Testamento. Junto a ellos, también desfilaban tres personajes paganos: el poeta romano Virgilio, el rey Nabucodonosor de Babilonia y la Sibila Eritrea. Existe constancia de que ese Sermón se cantaba al comienzo de la misa de Nochebuena en Francia, Italia y España, al menos desde el siglo X. Pronto se fue traduciendo del latín a las diferentes lenguas vernáculas, lo que es índice del gran interés popular que despertaba el espectáculo. Similar al Misteri d´Elx o a un auto sacramental, se representaba dramatizado en muchas iglesias y catedrales. En  Toledo, el papel de la Sibila fue inicialmente encarnado por un clérigo y, desde el siglo XV, por un niño disfrazado de mujer, luciendo una vistosa peluca y acompañado por cuatro monaguillos vestidos como ángeles. En cambio, en los conventos el rol de la profetisa lo desempeñaba una monja, a la que contestaba un coro femenino. Como si se tratara de un proceso judicial, la Sibila era llamada a declarar como testigo de la Verdad que había vislumbrado (“Dic tu, Sibylla”, la interpelaba el arcediano para que pronunciara el vaticinio), y su texto era el más extenso de todos los profetas. En Barcelona, el evento se celebraba no solo en Navidad sino también en Viernes Santo, el momento más dramático de la liturgia cristiana.
El Concilio de Trento en 1568 supuso el fin del Canto de la Sibila, pues el Sermo de Symbolo se excluyó del Breviario unificado para toda la cristiandad. Aún así, la tradición se mantuvo en Toledo hasta fines del siglo XVIII, orillando la prohibición gracias al traslado de la ceremonia al final de la Misa del Gallo.
Una buena noticia para los apasionados de la música medieval y renacentista: el evocador Canto de la Sibila se sigue representando en la noche del 24 al 25 de diciembre en  las iglesias de Mallorca, donde fue reinstaurado  en 1692 a petición de los ciudadanos. El centro de la representación es un niño cantante ataviado con toca y capa morados y enarbolando una espada, elementos que simbolizan la sabiduría y el poder. Por su interés histórico-artístico, el Cant de la Sibil.la mallorquina fue declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en 2010. También se representa en Alguer, en Cerdeña, y en algunas poblaciones valencianas. El pasado 30 de noviembre se interpretó con gran solemnidad en la catedral de Valencia. El canto de la Sibila ha vuelto para quedarse definitivamente.



5. La imagen de la Sibila
Esos atributos de sabiduría y poder nos conducen al corazón de la paradoja de la sibila en nuestra cultura de raigambre judeo-cristiana. Incluso en una organización tan patriarcal como la hebrea, el Antiguo Testamento celebraba el don de la profecía ejercido por  mujeres fuertes y admiradas por su contribución a la historia del pueblo elegido: Sarah, Myriam, Abigail, Esther. El caso más singular es el de Deborah, profetisa y única mujer entre los Jueces de Israel, en el siglo XII a. C.
En el cristianismo de los primeros tiempos, existió una corriente gnóstica que reconocía a las mujeres una posición igualitaria en la comunidad. Hacia el año 190, Tertuliano escribía escandalizado: “Estas mujeres entre los heréticos…enseñan, participan en discusiones, exorcizan, curan…” Profetizaban y hasta actuaban como obispos. Siguiendo la estela de San Pablo que, en su Primera Carta a Timoteo, había ordenado a la mujer guardar silencio, Tertuliano sentenció: “No está permitido que las mujeres hablen en la iglesia, no les es permitido enseñar, ni bautizar, ni ofrecer (la eucaristía), ni reclamar para ellas parte alguna en cualquier función masculina y, menos que ninguna, el oficio sacerdotal”.
Cuando Teodosio reconoció al cristianismo como religión oficial del Imperio en el año 380, se desató una lucha de poder de la que salió reforzada la figura del obispo. Los gnósticos fueron perseguidos, y sus textos heréticos destruidos o enterrados, por lo cual sus doctrinas disidentes fueron olvidadas hasta su recuperación en 1945. Todo ello alejó a la mujer cristiana de la esfera pública, recluyéndola en el ámbito del hogar. Hacia finales del siglo V, constituía un  dogma incuestionable  la dominación masculina como el orden social apropiado,  que se decía instituido por el propio Dios. El único espejo en que la mujer podía mirarse era la Virgen María, modelo de humildad y obediencia. La figura de la sibila había desaparecido de la memoria colectiva y, aunque fue recuperada durante la Edad Media, solo en el Renacimiento se constituyó en verdadero centro de atención. Así lo podemos comprobar en los extraordinarios mosaicos en marquetería de mármol del suelo la catedral de Siena, que datan de 1482-1483. Por iniciativa del Papa Julio II, Miguel Ángel pinta a cinco de las Sibilas (Cumana, Eritrea, Pérsica, Líbica y, la más maravillosa de todas, la Délfica) en casi paridad numérica con los siete profetas testamentarios de la Capilla Sixtina (1508-1512). Poco después, en 1514, su rival Rafael abordó el asunto de las sibilas en la Iglesia romana de Santa María Della Pace, cercana al Panteón. A partir de entonces, la imagen de las sibilas se convierte en cotidiana en la pintura. En este personaje, el artista intenta aprehender un elemento nuevo del eterno femenino: en innumerables cuadros podemos verla pensativa, elevando su mirada al cielo a la espera de la inspiración oracular,  que a veces recibe de un ángel. En otras ocasiones aparece escribiendo o sujetando un gran libro en las manos, señales que denotan su preparación intelectual. Sus elaborados tocados y mantos nos hablan igualmente de su castidad y autoridad moral. Se trata de un modelo bien distinto al de la subordinación femenina, que consiguió calar hondo en el imaginario de la Edad Moderna. Así se explica que, en 1792, una mujer emancipada como la bellísima e inteligente Lady Hamilton, que enamoró al héroe de Trafalgar, Lord Nelson, se hiciera inmortalizar como Sibila Pérsica por Elisabeth Vigée Le Brun, pintora de corte de María Antonieta.

                                                                            ………….
 Para aunar el contenido pictórico de este apartado con el musical del anterior, Pedro Ramón Losada Lorenzo ha elaborado un corto video con una estupenda selección de pinturas de todos los estilos y épocas históricas, que van desde Miguel Ángel a Anglada-Camarasa. Les acompaña un montaje de los fragmentos más característicos del Canto de las Sibilas mallorquina y valenciana, a las que pone voz la inolvidable Montserrat Figueras, que en el cielo musical esté. Tenéis el acceso abajo.




El precioso cuadro de La Iluminada (2000), obra de María Lorenzo, colaboradora de este blog, representa a mi profesora de latín, Carmen Ortiz, como una inspirada sibila de nuestros días. A ella, lo mismo que a Raimundo Pérez Boto y a Mariano Galant, también profesores míos de latín y griego, quisiera dedicarles esta entrada, en agradecimiento por haberme enseñado a conocer y a amar las lenguas y la cultura clásicas.

Aquí podéis acceder al vídeo con imágenes de la Sibila: https://www.youtube.com/watch?v=0096cuW52Rw





POST SCRIPTUM 1:
Es un tema muy antropológico el de cómo unos pueblos miran y conciben a los otros, siempre como estrategia de dominación. Es muy interesante el libro del antropólogo Goody. Dice que el pasado se concibe a escala de la historia occidental moderna. Europa se autoproclama como la dueña de los mayores logros humanos, a costa de adjudicarse todos los inventos, entre ellos la filosofía, la democracia, el amor, la libertad, el individualismo… con exclusión de las restantes culturas, que se juzgan inferiores. Es un caso típico de etnocentrismo, de incapacidad de un juicio objetivo sobre nosotros mismos porque, de hecho, la historia demuestra otra cosa. Como tú muy bien dices, y confirma el antropólogo Hertzfeld, tenemos delante una paradoja: el mismo discurso que enaltece la antigüedad griega, desconecta ese legado de sus herederos históricos naturales, que son los griegos modernos. Parte del problema es que en el siglo XIX Europa tenía muchos intereses coloniales en Oriente y había que justificar ideológicamente su dominación. Los otomanos gobernaban Grecia y, a sus ojos, nada tenían que ver con Platón y Aristóteles. Los compatriotas de Lord Elgin, que se llevó los frisos del Partenón para nunca devolverlos, se proclamaban los auténticos descendientes de los griegos, de su llama intelectual. Hay un libro esencial de Edward Said, que se llama precisamente Orientalismo y demuestra con una argumentación aplastante, hasta qué punto se tergiversaron los hechos en un discurso intensamente ideológico para apropiarse de los recursos africanos y asiáticos. La idea era: tenemos no solo derecho sino la obligación de hacerlo porque somos moral e intelectualmente superiores, y estos pueblos tienen abandonados estos tesoros. Como toda ideología, impregnó todos los aspectos de la vida social: mira las odaliscas de Ingres, unas mujeres recluídas y pasivas, cuya idea ha contestado Fatema Mernissi, o ellos embriagados por el kif.
Cuando un paradigma científico falla en sus explicaciones de la realidad, todo son hipótesis ad hoc o elaboraciones secundarias para salvarlo como sea hasta que aparece un paradigma rival más potente. La ciencia occidental es una creencia más, tal vez más verdadera y fundada que otras pero creencia al fin y al cabo porque no es poseedora de una verdad definitiva.
La diosa de Efeso, Artemisa, asimiló los atributos de la diosa madre frigia Cibeles.
El asunto de la sexualidad de la sibila es extremadamente complejo. El problema está en el juego conjunto de sexo y género. Para la cultura indoeuropea debía corresponder exactamente el sexo gonadal con los comportamientos culturales asociados a cada sexo. Había una rígida diferenciación y jerarquía entre el hombre y la mujer, y una separación nítida de ámbitos de acción, lo público y lo privado. El es el dueño y la mujer es su posesión. En una pescadilla que se muerde la cola, se la considera incapaz para el gobierno político y para los negocios y no se la educa más que para ocuparse de la casa, lo que la confina en esa posición sojuzgada para siempre. En esas condiciones no pueden ejercer funciones sacerdotales, reservadas a los varones. Pero, por otro lado, se dan cuenta de que la sensibilidad femenina es óptima para entrar en contacto con los dioses. Por ello, se les permite ser sacerdotisas, vestales, monjas… a cambio de renunciar al ejercicio de la sexualidad. Eso las incluye en un tercer género, aunque sigan siendo mujeres desde el punto de vista de su constitución física. Explico el caso de la sadhin de la India del s.XIX que cito en el artículo: era una asceta femenina. Para eximirla de la maternidad, debía renunciar al matrimonio antes de la pubertad, vestirse de hombre y raparse el pelo. Así se le consentía acudir a las reuniones de hombres, fumar…Su imagen debía ser masculina y gracias a ella la respetaban como hombre. Otro ejemplo muy rotundo estudiado por una disciplina apasionante, la Antropología de la sexualidad, es el de los hijras en la India, hombres que se sienten mujeres. Transexuales en nuestra terminología, aunque las categorías no son equivalentes. Para permitirles vestirse de mujer, de manera que correspondan las características del género con las del sexo, se someten a una castración ritual del pene, una cosa tremenda. Espero que con estos supuestos se haya entendido un poco la idea: los comportamientos prescritos o autorizados tienen que corresponder con el sexo. Si las sibilas debían cumplir funciones sacerdotales como los varones, entonces no podían ocuparse de tareas reproductivas, pero no por falta de tiempo, como les puede pasar ahora a las ejecutivas o las actrices, sino porque no les cabía en la cabeza la posibilidad de las dos cosas juntas.
Menciono en el texto el caso de los cristianos gnósticos de los primeros tiempos. Entre ellos las mujeres tenían el papel de iguales en la asamblea. Proclamaban la palabra de Dios, profetizaban…Pero se desató una lucha de poder y triunfó el modelo opuesto, el de San Pablo, lo que excluía a la mujer de las funciones sacerdotales. Si te interesa el tema Elaine Pagels tiene un libro increíble, Los evangelios gnósticos, que explica esa tendencia reprimida en el cristianismo y cómo se escondieron y perdieron sus textos.




POST SCRIPTUM 2:
Muchas gracias por tu comentario. El texto que citas es realmente muy interesante y lo he localizado en la red completo. Pongo el enlace y os animo a que lo leáis. Cambia la perspectiva de la visión de un solo modelo, aquel patriarcal en el que estamos envueltos, a otras alternativas y sus condiciones de posibilidad:
http://antropologia-online.blogspot.com.es/2007/10/escritos-para-el-poder-femenino-peggy.html
En cuanto al papel social de la pitia en Grecia, ella no era la fuente del poder sino un mero instrumento. No se escogía para su función a ninguna mujer especialmente dotada para la adivinación. Los griegos la concebían como una techné más que podía aprenderse. De hecho, se buscaba a mujeres sin ninguna instrucción especial. Solo interesaba la sumisión al modelo prescrito: buenas costumbres, observancia de la castidad y aceptar la vida secuestrada en el santuario. Quienes de verdad encarnaban y explotaban el poder del oráculo eran los dos sacerdotes mayores y sus cinco ayudantes. En Roma eran diez los integrantes del colegio sacerdotal. Con esto enlazo con la cita de Dante acerca de la sentencia de la sibila escrita en hojas. Se trata de la sibila de Cumas y es otra leyenda alternativa a los mensajes de ecos de voz. La sibila escribiría la profecía en acróstico en las hojas del roble dedicado al dios tutelar del santuario y había que recogerlas a toda prisa porque el viento las mezclaba y las hacía por completo ininteligibles. Es otra metáfora para entender las contradicciones de un sistema que confiaba en la adivinación y, al mismo tiempo, se daba cuenta de que en absoluto cumplía su función práctica deseada de clarificar el futuro. Por cierto, no me resisto a añadir una nota pintoresca: J.K. Rowling, que no ganará el premio Nobel pese al anhelo de sus seguidores pero que, no obstante, tiene un fino instinto para reciclar mitos en sus novelas de Harry Potter, compone un simpático personaje, la profesora de Adivinación que interpreta Emma Thompson, que precisamente se llama Sybill( Sibila) Trelawney, apellido que en Italia tradujeron como Cooman(Cumas).
Cuando surge la sibila como figura de autoridad femenina propia y modelo de mujer que lee, que escribe y que recibe su inspiración de lo alto es en el Renacimiento, y esta dignidad es la que se plasma en los cuadros que aparecen en el vídeo.

Este artículo fue originariamente publicado en el Blog de Filosofía Espíritu y Cuerpo. Si tenéis interés en acceder a los comentarios realizados al mismo, que son muy interesantes, podéis consultar el enlace siguiente:

No hay comentarios:

Publicar un comentario