viernes, 13 de marzo de 2015

"ME LASTIMAS, BELLEZA". Poemas a la mujer amada en la obra de MIGUEL FLORIAN

RETRATO


El pelo ensortijado
que cae sobre los hombros.
El cuello limpio, alto,
la boca enmudecida.

Se estremecen los álamos.

En ti crece el maizal,
en ti los astros giran
absortos en la noche.


Me lastimas, belleza.





LLUVIA AL AMANECER

                                               [ Sevilla, 1988 ]

Me acerco a la ventana. Infatigable
la lluvia cae hasta cubrir el alba.
Es de un azul muy frío que se abre
y ahoga de tristeza el corazón.

(Este aguacero, el cielo encapotado,
pueden herir de muerte un corazón.)

Estás aquí, rozándome, y quisiera
llegar hasta la línea de tu sueño,
hasta su umbral de plata y traspasarlo.
Aproximar mis labios a tu alma,
ahora que la lluvia, indescifrable,
ahoga la garganta.
Y las palabras dejan su luz alrededor del sueño.

Nunca pude acercarme hasta la piel
secreta de tu alma. Hasta la orilla
en donde el mundo parece naufragar
y la carne se esconde en su tristeza.



SECRETO

La fruta lenta crece.
Se inunda de dulzor,
de savia que se incendia.

Cierro los ojos,
te siento respirar.

También tú eres secreta,
y luminosa.
Cerrada, lenta y honda.

Lo mismo que la fruta.




LA VISITA DEL ÁNGEL

                                               [ Sevilla, 1986 ]

Ángel desnudo, mujer inacabable,
demonio mineral que llevó hasta mis labios
el fruto más sabroso, la delicia
ardiente de su beso.

(Volvería a nacer sólo por apresar
el fulgor encendido de aquel cuerpo.)

Como un eco de diosa inmarcesible,
la memoria, como un mar de infatigables gozos,
me ha traído el fantasma de aquel beso.

Beso redondo y blanco, frontera de otro beso,
hasta hacer un anillo de sus labios
que precipite mi boca en el silencio.

Y mi palabra sea su beso redimido,
renovado más allá del límite del beso,
la promesa cumplida en la cadena
sin final de su boca en los espejos.


Que ya no habrá más besos me decía,
que ya no habrá para el amor más tiempo.



            HEMBRA LUNAR

                               El musgo de abismo que brilla
                               entre dos bocas que se besan.
                               ENRIQUE MOLINA

No puedo con la noche,
con este duermevela de lagartos,
ni con el filo oscuro del recuerdo.
(Con este musgo lento de culebras).

No puedo con la sangre
de labios que amenazan
en el umbral cerrado del insomnio.

Lo mismo que una muerte me pesa la memoria.
No puedo con el río de espejos donde habitas,
ni con tus huesos de lava que se expande.

Nada falta en tu cuerpo de mapas abisales,
ni el aullido del perro en las pupilas,
ni la línea quebrada de los párpados,
ni muérdagos, ni el tacto
que separa los mares de tus costas.



            MUJER EN EL ESPEJO


Me decías, la luz. Y eras tú la luz misma
creciendo de los labios hasta anegar el mundo.
La palabra encendida, deshojada en las manos
como una flor de viento, su caricia irisada,
la tarde transparente, eras tú. Y yo era
sólo un espejo turbio de sombra, atravesado
por el resplandor limpio de tus palabras quietas.
Eran de luz tus ojos y llamas tus cabellos
(el resol del recuerdo ardiendo sobre el tiempo,
como un limbo desnudo de amanecer intacto).

Me decías, el fuego. Y el fuego estaba en ti
como un árbol fecundo de edad innumerable.



            EUCARISTÍA


Quiero tu cuerpo oscuro de trigo triturado
esparcido en las sábanas, de harina redimida,
primera y candeal, cuando caes hacia el sueño,
cuando te precipitas a tu piedra sin luz.
De miga son los labios, de brisa recién hecha
que nuevos se iluminan, cuando el ángel más blanco
golpea en tu memoria con su palma. Deseo
esa boca de fuego que abrasa los cristales,
esa piel retenida en espejos brevísimos.
Brasa, tú, que me quemas. Agua, tú, aire, vino
que es carne y es misterio. Quiero llevar ahora
tu alma hasta mi alma, tu pan de trigo y lava,
de mármol, de tiniebla, hasta mi boca hambrienta.




         MUJER MÍA

                               Me duele una mujer en todo el cuerpo
                               JORGE LUIS BORGES
                       

1
Desnuda, blanca, de nieve,
de pan cálido, de mar, te quiero,
mujer mía, en el costado
simiente de la noche.

Ave, estela lunar,
como de dios, como de ángel.
Dánae de oro,
mujer de arcilla tierna,
(Limpia, blanca, crepuscular...)
carne, saliva y sombra.


2
Mujer, desnuda, blanca mía,
reguero lunar de oros
y de insomnios.
(De algas, de espadas que se incendian.)

Hembra nocturna, mujer hambrienta
de raíces,
de los tigres más dulces.
(Piernas, voces, comarcas...)

Densos senos
de materia translúcida,
mujer de días y de abismos,
donde pudiera invocar el secreto,
el solo nombre
con que incendias el mundo.


3
Real mujer que oculta la soñada,
en su vaivén de tierra y luz,
de vegetal y fuego, mujer
de otra mujer más honda.

Mía mujer, en el reverso
vacío de las horas.

Con los párpados heridos por la sombra,
(las raíces, los musgos, los lagartos...)



            EL POETA A SU AMADA

                               Los dos nos dormiremos, como dos hermanitos.
                               CÉSAR VALLEJO

Ven, acércate hasta mí, a llorar con tu cuerpo
este llanto de inconsolables mares
y lágrimas celestes. Como de lluvia,
un llanto de números y espejos,
bajo un diluvio añil de piedras inauditas.
Ven y ponte a llorar, y extiéndete en el llanto,
conmigo, junto a este mar de acero,
con tu frente y tus vísceras, en la amarga
raíz de los cabellos. Un llanto sin memoria,
como un paisaje vasto, universal, vacío,
con la frente apoyada en el tronco desierto
y mudo de las muertes. Pues es tanta
la infamia de la carne, y tanta la avaricia
mineral de los huesos. Ven a llorar conmigo
con tu tristeza azul, la muerte de los dos,
la muerte amarga y dulce, confundida en los besos.




                        CUERPO NOMBRADO


Quiero nombrar tu cuerpo, tu oscuridad, tu lumbre,
el pecho que se inflama,
tu savia azul, el río de tus astros.

Quiero nombrar tu cuerpo, tus caminos,
el laberinto tibio, las girándulas,
el sexo umbrío, las vísceras ocultas,
esa linfa secreta que va trenzando el tiempo.

Quiero nombrar tu cuerpo, los murmullos,
los labios cuando besan o nombran otros cuerpos,
el fuego de la lengua, la humedad de la piel.
Tu saliva que es áspera y amarga.

Quiero narrar tu espalda añil que delimita
con un dios impreciso, inabarcable.




                       CIRUELO


El ciruelo de flores sonrosadas
muy poco me diría si no estuvieras tú,
si no hubieras tomado entre las tuyas
mis turbias manos, y me amaras.

Jamás, si no por ti, hubiera reparado
en sus ramas azules, en la luz
de sus hojas, en su perfume blanco.

He amado su rara perfección,
incierta y apacible, su armonía redonda.

Este árbol rotundo que extiende sus dos brazos
hasta ocupar mi cuerpo.




                 MUJERES Y CIUDADES
                             La belleza de la mujer y la melancolía del hombre
                                       Vladimir HOLAN

I

Las ciudades que nunca volveremos a ver
permanecen aún en la memoria,
por sus calles caminan mujeres mansamente.
Sus piernas deletrean la dimensión del mundo,
su cabellera deja cuando pasa la llama
que desata el deseo de los hombres.
(La doliente lujuria permanece después,
se esconde, turbia, muda, en las palabras).
Y pasan las mujeres, su perfume se abisma
en nuestra piel, se confunde en la sangre,
se precipita en los pliegues repetidos del sueño.
Su oquedad permanece después en nuestros labios
como el fluir de la saliva o los humores turbios,
de oscuridad y cieno, que más tarde tratamos
de comprender en la vigilia.
Me parece escuchar el aliento de un pecho,
el murmullo de un árbol movido por los pájaros,
y las voces calladas en las aguas de un río
muy remoto, el golpe ávido de otra lluvia.


II

La mirada absorta de los pájaros, el vapor azuloso
que sube de los muelles. La belleza de la mujer...
Su terrible belleza, la epifanía del ser que nos anega,
y la melancolía del hombre. El hombre urdiendo
laberintos y destinos ajenos, porque el destino
se edifica sin darnos cuenta, es la suma de túneles
fugaces que hemos atravesado y dejaron su sombra;
otras veces, más tarde, creemos recoger
algún fragmento, una mirada, un labio,
el aladar que cae sobre la frente, un pétalo...
y justo allí nos desviamos hacia otra existencia.
Pertenecemos a ciudades extrañas; nos derrumbamos
en el instante de la duda; imaginamos
cuerpos tibios, húmedos, de sexo enmudecido.


III

La mujer, su sexo, el cuerpo que buscamos
y tememos, como una madre alta que nos toma
de la mano y nos lleva al olvido, una madre
que comunica con la edad redonda del mar
y la ceniza. Ansiamos su sexo, cada gesto
difícilmente puede ocultar nuestra codicia.
Así, como Dafne hecha laurel, las ciudades,
siempre huyéndonos, extendiendo sus larvas,
habitando la heredad intermedia entre el dolor
y la melancolía. Busco su luz; me refugio
en la estación inmóvil de los árboles.
En la tibieza nueva de la piel he creído encontrar
un recodo, el espacio secreto de otra carne,
un seno, el cuenco intacto en donde recogerme.
La ciudad que nos huye, la mujer que nos huye,
dejan entre las manos un surco de tristeza,
una llaga de nostalgia y soledad en la memoria.




Nacerme en ti, irme extendiendo
como la yema blanca del naranjo,
romperme en flor y ser semilla,
fruto después, y luego rama tuya
amada por el viento.



Atravieso la noche hasta tu boca,
me adentro en tu materia, en tu sangre lunar,
me consumo en el fuego
informe de tus átomos.



No era lujuria, era un deseo informe
de regresar a ti, de caer a tu cuerpo
y traspasar tu piel, de desandar la urdimbre
cerrada de tu sangre. Y reducirme allí,
irme ovillando como semilla intacta.

Y volver a nacer idéntico a tu cuerpo.



He cortado la flor,
me circunda su perfume dorado
como una vida blanca oreada de almendro.

La flor, la pequeña flor, sus estambres
delgados, y la tarde creciendo...

(Ahora podría amarte más que entonces,
decirte palabras más hermosas,
pero no estás aquí).

La pequeña flor, la manzanilla
silvestre ha ocupado
tu cuerpo con su luz.

(Te amo igual que a esta pequeña flor).


Miguel Florián (Ocaña, 1953) ha sido galardonado con numerosos premios por su sobresaliente producción poética. Entre ellos destacan el Premio Nacional de Poesía “San Juan de la Cruz”, el Premio Internacional de Poesía “Claudio Rodríguez”, el Premio “Jaime Gil de Biedma” o los accésits en el Premio “Rosalía de Castro” y en el XIV Premio Hispanoamericano de Poesía “Juan Ramón Jiménez”. Miguel Florián es autor de poemarios con títulos tan atractivos como Los mares, las memorias (1992), Anteo (1994), Lluvias (1995), Los días y los pájaros (1996),  Memoria común (1998), Mar último (2000), Cuerpos (2001), Habitación 328 y otros poemas (2001), La antigua llama (2004), Antología (2004), La luz abandonada (2004), Reparto de sombras (2005), Problemas (2005), Cuerpo nombrado (2005), Gilgamesh (2006), Cuerpos  (2008) o la maravillosa colección de poesías de Eleusis (2013). 

Miguel Florián, además de insigne poeta, es catedrático de Filosofía, siendo autor de numerosos artículos en materia pedagógica y filosófica.
Para conocer un poco mejor su extraordinaria obra poética, disponéis del siguiente portal de poesía: http://www.portaldepoesia.com/TEXTOS%20DIGITALIZADOS/Miguel_Florian.htm.

 Agradezco sinceramente a Miguel Florián que me haya permitido publicar en Ateneas estos extraordinarios poemas, que él mismo se ha encargado de seleccionar especialmente para la ocasión. También quisiera aplaudir el maravillosos trabajo fotográfico del colaborador de este blog, José Biedma ( Ubeda, 1958), una personalidad verdaderamente poliédrica ( escritor, filósofo, fotógrafo...) Creo que el lirismo de sus imágenes se acompasa a la perfección con el de los poemas de Miguel Florián. Enhorabuena a ambos por su enorme talento.

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